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ARANTZAZUKO EUSKAL ETXEA LIMA

Sucesión al trono: Teobaldo I (1234-1253) y Teobaldo II (1253-1270).

A partir de 1234 Navarra mirará más al N. que al S. El prohijamiento de Jaime I de Aragón había quedado en nada a la muerte de don Sancho. Esta sobreviene y ambos reinos, Aragón y Castilla, se preparan para intervenir en Navarra siguiendo la política de anterior desmembramiento. Jaime se apresura y ocupa inmediatamente los castillos de Gallur, Esco, Zalatambor y Trasmoz cedidos a don Sancho en 1232. Los navarros habían ya llamado a Teobaldo, que juró mantener los fueros del Reino, para que se hiciera cargo del poder siguiendo la línea de la legitimidad. Una vez en Navarra inicia los pactos con Castilla, Aragón e Inglaterra para asegurar las respectivas fronteras castellana, aragonesa y gascona. El escollo es, sin embargo, Castilla, siempre atenta a sus viejas pretensiones sobre el reino. Teobaldo llega a pactar con Fernando III el casamiento de su hija Blanca con el príncipe heredero Alfonso, pero reclamando, simultáneamente, la devolución de las tierras occidentales, y en especial Alava, y Guipúzcoa. Como asegura Lacarra la necesaria recuperación de Alava y Guipúzcoa estaba viva en la conciencia navarra. Una vez afianzado en el trono, Teobaldo I se olvidó del proyectado matrimonio. El nuevo rey se dispuso a gobernar a los navarros pero tropezaba con el desconocimiento de la lengua y tradiciones sociales del país. Los navarros conciben la autoridad real sujeta a los fueros consuetudinarios en tanto el rey, aunque procuró atraer a los nobles, tropezó enseguida con su enemiga y con la unión de nobles, eclesiásticos y buenas villas frente al pleno poder real, calco del ejercido en Champaña. Como resultado de estas discrepancias se recopiló por escrito el Fuero General del Reino en 1238 ya que Teobaldo, que había jurado gobernar con arreglo a Fuero, gobernaba de hecho como lo hacía en Champaña, de forma regalista, antinobiliaria, rodeado de champaneses, no de ricos hombres navarros.

Bernardo Estornés Lasa

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Gobernada desde Francia: de Enrique I a Carlos "El Calvo".

Teobaldo II moría sin sucesión directa y es por ese motivo que la Corona debería recaer en su hermano Enrique y de ahí la importancia de su boda para los destinos de Navarra. Jugaban su baza Aragón, Castilla, Francia e Inglaterra. Por fin casó Enrique con Blanca, sobrina del difunto rey San Luis de Francia. La baza francesa triunfaba. El nuevo rey Enrique I (1270-1274), lo mismo que los anteriores, debería atender sus estados de Navarra y Champaña prodigando sus viajes, de uno al otro. La investidura real tuvo lugar el 1 de marzo de 1271 y acto seguido los juramentos de rigor a las distintas villas del reino, visitadas una a una hasta su vuelta a Francia en abril del mismo año. Enrique tuvo dos hijos, Teobaldo y Juana. Muerto en accidente el infantito, la Corona recaería en Juana. La muerte prematura del Rey planteaba la más grave crisis sucesoria. Doña Blanca de Artois, su esposa, comienza su regencia cuando Juana I (1274-1305) tenía solamente año y medio de edad. El reino se hallaba dividido: una facción encabezada por Sanchez de Monteagudo, pro-aragonesa, y otra, por García Almoravid y el Obispo de Pamplona pro-castellana. Pronto los castellanos invaden el territorio por Viana y Mendabia. Simultáneamente los habitantes de la Navarrería atacan a los Burgos incitados por Almoravid y el cabildo. El nuevo gobernador de Navarra, Beaumarchais, se refugia en los burgos y pide ayuda al rey Felipe de Francia, esposo de Juana. Los castellanos han llegado a las proximidades de Pamplona. Los de la Navarrería, abandonados por Almoravid, que huye, e indefensos, sufren la entrada a saco de los franceses que destruyen la ciudad, matan, violan mujeres e incendian la población. Es el año 1276. Juana I y Felipe (IV de Francia), descabezada la rebelión eclesiástica, gobiernan desde París por medio de gobernadores y otros funcionarios franceses. Con motivo de la guerra franco-aragonesa los navarros habían tomado las plazas de Lerda, Ul, Filera y Salvatierra en 1283. Jaime II de Aragón esperanzó a Juana I con la recuperación de la Rioja, Bureba, Alava y Guipúzcoa si prestaba ayuda al infante de la Cerda don Alfonso. Por su parte le pedía la devolución de las plazas aragonesas que, en efecto, le fueron devueltas sin más consecuencias. La política francesa es absorbente y centralista, lo cual provoca las alianzas y asambleas de los navarros que culminan celebrándose Cortes en Pamplona en 1298 y en Estella en 1299. El lema de la liga de los Infanzones de Obanos, "Pro libertate patria gens libera state", "Por la libertad patria la gente sea libre" simboliza los anhelos de la nobleza media y las villas -Estella, Pamplona, Tudela, Sangüesa, Olite, Viana, Ronces valles, etc.- navarras aunque las poblaciones de francos no se manifestaban tan opuestas. Luis el Hutin, (1305-1316), el "Terco", "el Testarudo", visita el país brevemente y se reintegra a sus estados de Francia. Se coronó rey en 1307. Las villas navarras siguen coaligándose en la Junta de Obanos. Durante su ausencia los aragoneses ponen cerco a Pitilla, en Aragón, en 1308. Los navarros vencen a los aragoneses en Filera pero éstos, a su vez, hacen una correría por Aibar, Olite y Tafalla hasta caer en una emboscada con su correspondiente derrota. Durante el reinado de Luis el Hutín hay que señalar que Oger de Mauleón, cede al rey el castillo de ese nombre y el vizcondado de Soule (Zuberoa) a cambio del señorío de Rada y las villas de Mélida, Berbinzana, Abaiz, y otros lugares. La galificación se intensifica removiéndose de sus cargos a los navarros y sustituyéndolos por funcionarios franceses. Apresaron, además, a don Fortún Almoravid y a Martín Ximénez de Aibar encarcelándolos en Tolosa aquitana. La represión llegó a la supresión de la orden de los Templarios y a la persecución de las Juntas que se reunían clandestinamente en Obanos. Muerto el rey le sucede su hija Juana, excluida de la Corona de Francia por la ley sálica y de hecho de la de Navarra. Contra todo fuero se instituyó una regencia para ambos reinos a favor de Felipe el Luengo, hermano de Luis el Hutin. En este estado de cosas la reina tuvo un nuevo hijo, Juan el Póstumo, que vivió solamente unos días. El regente Felipe se proclamó rey, reinando de hecho desde 1316 a 1322. Los navarros recibieron con desagrado esta decisión, tardando dos años en designar los mandaderos que deberían prestarle juramento de fidelidad. Este juramento tuvo por fin lugar en París a donde acudió una representación de las Cortes en las que parece haberse integrado la Junta de Obanos; en él se citaba ya expresamente a los tres Estados del Reino. Muerto el rey en 1322 y, como solamente dejara hijas, volvía a plantearse el pleito sucesorio. De nuevo se da el hecho de fuerza sucediéndole su hermano Carlos I el Calvo (1322-1328) contra la voluntad de los navarros que solamente reconocían como legítima a la reina Juana II. El nuevo rey requirió a los navarros que enviaran procuradores a Tolosa para que le prestaran el correspondiente juramento. No lo hicieron, se le soportó pero no se le reconoció como tal rey. Ninguno de los dos reyes hicieron acto de presencia en Navarra. El único hecho de armas tuvo lugar en 1321 en la frontera con Guipúzcoa contra los oñacinos y malhechores de la frontera en el desfiladero de Beotibar donde fueron sorprendidos y derrotados los navarros.

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Pérdida de Alava, Guipúzcoa y el Duranguesado (1200).

Durante el reinado de Sancho el Fuerte el Reino de Pamplona, ya amputado con anterioridad, va a quedar reducido a la Navarra nuclear que hoy, poco más o menos, conocemos. La vieja aspiración de repartirse el reino vascón obsesionaba a castellanos y aragoneses que, reunidos en 1198, en Calatayud, acuerdan de nuevo el reparto a pesar del pacto de 1179 de "paz perpetua". Los dos reyes especifican al detalle la línea separatoria del reparto, de tal modo, que quedaban para Castilla desde Cintruénigo, Corella, Funes, Peralta, Falces, Miranda, Milagro, Larraga y Mendigorría incluidos, y como dice Lacarra, la línea seguiría por Artederreta a Noáin, Badostáin y Pamplona y, cruzando el Arga, por Valderro y Orreaga. El resto del Reino, hacia oriente, quedaría para Aragón. Pamplona quedaba mitad para uno y mitad para otro. En 1198 tiene lugar la invasión de Navarra por las fuerzas de ambos reyes, el castellano por Miranda de Ebro e Inzura, y el aragonés por Aibar y Burgui. A pesar del pacto, el rey de Aragón desconfiaba de Alfonso VIII de Castilla y jugaba su baza proponiendo al navarro una tregua si le entregaba su hermana en matrimonio. Sancho el Fuerte accedió para que el aragonés se retirara del Reino. Así lo hizo terminando la campaña para julio del mismo año. Queda ahora Navarra frente a frente de Castilla que no renuncia nunca a sus viejas aspiraciones imperialistas. Si bien es verdad que Aragón se ha desligado de Castilla, también es verdad que Alfonso VIII prepara una campaña ofensiva para la invasión del reino vasco. Sancho el Fuerte, alarmado, viaja apresuradamente a Africa en busca de aliados poderosos, ya que la situación aquitana se halla confusa y revuelta. Al otro lado del Pirineo solamente podía confiar en Ricardo Corazón de León pero la suerte le es adversa y cruel. Ricardo es herido mortalmente en el sitio del castillo de Chaluz, en el Limoisin, muriendo inmediatamente. Nadie sabe lo ocurrido en Africa donde se retiene al Rey al encontrarse con que el Miramamolin había muerto y gobernaba su hermano Aben Jacub. Entretanto, aprovechándose de las circunstancias, Alfonso VIII de Castilla invade Navarra en 1199 y cerca a Vitoria en 1200, después de haberse apoderado de algunas fortalezas menores. La ciudad se defendió heróicamente. El obispo don García viajó, junto con un caballero alavés, al territorio de los almohades para visitar a Sancho el Fuerte y pedirle autorización para el rendimiento de la ciudad ya en situación desesperada. Vuelto a Navarra el obispo, Vitoria se rinde siguiéndole el Duranguesado y la Guipúzcoa actual sin apenas resistencia. Así cayeron San Sebastián, Fuenterrabía, Feloaga, Zaitegui, Arluzea, Vitoria la Vieja, Marañón, Ausa y Ataun. Se resistieron Treviño y Portella que fueron intercambiadas una vez hecha la paz por Inzura y Miranda respectivamente. Guillermo Aneliers escribía poco después en su gran poema:

Car perdut as Bitoria, é Alava issament

Ipuzcoa, é Amesquoa ab lur pertenement,

E Fonterabia, é zo que si apent,

E San Sebastián, or es la mar balent.

Navarra perdía sus viejos condados y, además, su salida al mar. En pleno territorio vascón se crea, como ha señalado el profesor Orella (1985, P. de V.), una frontera artificial. Se ha sostenido que el Reino de Pamplona se caracterizó por "la yuxtaposición de varios territorios que mantienen su autonomía jurídica y política, con fueros y gobiernos peculiares". La realidad es que es un reino como los demás de la época y que las únicas noticias que han llegado de fuentes coetáneas son las de hallarse integrado por valles, condados y vizcondados sin noticia alguna de su organización interna y menos foral, pero teniendo clara la noción de frontera común a todo el reino. También se ha dicho, muy a posteriori, que la "unión" de Guipúzcoa a la Corona de Castilla fue "voluntaria y foral". El único testimonio histórico antiguo es el de Aneliers:

Quel rey Alfons que tu tens por leial perent,

y es intrat en Navarra ab gladi é ab foc ardent.

"Que el rey Alfonso que tienes por leal pariente,

Ha entrado en Navarra con espada y con fuego ardiente".

No contento con la ocupación ya reseñada, Alfonso VIII alegaba ahora que tenía derecho a la Wasconia ducal (Gascuña); que consideraba dote de su esposa Leonor, hija de los reyes de Inglaterra, dote que no se cita en ninguna crónica, sea inglesa, francesa o castellana. Era un puro pretexto. Las ambiciones pudieron más que los lazos familiares de las familias reales francesa, inglesa, castellana y navarra. En 1204 los castellanos invadían Laburdi desde Guipúzcoa en una campaña que duró hasta 1205. El arzobispo don Rodrigo dice que "después de haber puesto bajo su obediencia a toda Gascuña, excepto Burdeos, la Roele y Bayona, se retiró victorioso a Castilla". La ocupación no fue muy larga. Pronto abandonó toda pretensión al dominio de las tierras gasconas. El mismo año de la invasión, en 1204, Alfonso VIII, enfermo y en peligro de muerte, otorgaba testamento el día 8 de diciembre, en descargo de su conciencia ordenando devolver al Reino de Navarra las regiones usurpadas y a Diego López de Haro su señorío de Vizcaya. Dice que "si Dios le devuelve la salud, que restituirá al rey de Navarra todo lo que le ocupó desde Puerto Araniello a Fuente Rabia, el castillo de Bu radón, el de San Vicente de Toro, Marañón, Alcázar, Santa Cruz de Campezu, la villa de Antoñana, la de Atauri y Portilla de Cortes, pues sabía que todo pertenecía al rey de Navarra". Alfonso recobró la salud y no devolvió nada. Sancho el Fuerte, amargado, todavía tuvo entereza de ánimo para ceder a las presiones de la Iglesia y concurrir a la batalla de las Navas de Tolosa (1212) salvando a su enemigo de un grave descalabro gracias a su intervención que fue decisiva. En 1214 moría Alfonso VIII de Castilla. Por otra parte, el hijo de la hermana de don Sancho, Teobaldo de Champaña, aspiraba a suceder al rey en el trono de Navarra ya que éste, con sus setenta y ocho años, padecía de cáncer y se hallaba lleno de achaques. En 1225 Teobaldo viaja a Navarra y trata en vano de atraerse a los nobles. Sancho el Fuerte, en vista de ello dirigió su mirada hacia Jaime I de Aragón. Viudo y sin hijos, viejo y enfermo, pensaba en un joven como Jaime, emprendedor y activo. Pensó en prohijarlo y trató con él del asunto. Buscaba un medio para que el Reino no pasara a la Corona de Castilla ni a la de Francia. En un consejo de guerra navarro-aragonés se trató de invadir Castilla para la recuperación del occidente del Reino pero todo quedó en palabras. Ambos monarcas, Sancho el Fuerte y Jaime I veían las cosas desde distinta óptica y en razón de la edad y nacionalidad de cada uno. Todo quedó en nada. En 1234 moría el rey de Navarra. Casi cinco siglos después de los hechos, los cronistas guipuzcoanos Martínez de Zaldivia (hacia 1560) y Garibay (1571) justifican, desde la óptica del s. XVI, la no resistencia de Guipúzcoa "por desafueros que según por tradición se conserva entre las gentes hasta hoy (?)...", versión que, desde ese momento, será la, oficial de la historiografía castellanista. A nuestro entender se trata de una teorización erudita y retórica de unas bases pactistas que justificaran el especial status de Guipúzcoa (sistema de fueros) dentro de la Monarquía absolutista argumento típicamente cantabrista. Las hermandades de frontera creadas en los siglos posteriores a la conquista ponen de manifiesto, como lo asevera Orella Unzué (P. de V., 1985) la artificiosidad de la nueva frontera creada y la incidencia del problema de los bandos sobre esta situación (los Guebara son gamboínos y pronavarros y los Rojas oñacinos y castellanistas).

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Las tierras del Reino de Pamplona.

La unidad política del Reino de Pamplona lleva en su entraña el respeto a las libertades de las distintas tierras integradas regidas por condes y señores bajo la autoridad jerárquica del Rey navarro. Así como en el Reino de León se producen hechos secesionistas desde muy temprano (reyes de Asturias), en el Reino de Pamplona no se conoce uno solo ni a título de excepción que haya sido propiciado desde el interior. Las fronteras con moros y reinos cristianos se hallan guarnecidas por plazas militares guardadas por "seniores" de la total confianza del Rey. Ciertas tierras y comarcas viven políticamente bajo la forma de condados. El contraste leonés-vascón es manifiesto. Aparte de todo ello es de señalar que el Reino de Pamplona no es otra cosa que la encrucijada de lo europeo y de lo peninsular. Es un istmo, no solamente en su acepción geográfica, sino hasta en la política. Pero la unidad nacional del reino vasco se mantiene contra el afán de castellanos y aragoneses de repartírselo. Y a pesar de ser nuestro Reino más reducido espacialmente, más pobre económicamente pero situado estratégicamente, logra mantener su unidad política en la forma que sigue:

Bureba integra el Reino de Pamplona durante sólo 54 años consecutivos entre 1004 y 1058 y 25 años entre 1112 y 1137, con un total de 81 años.

Rioja integra el Reino de Pamplona aproximadamente desde 916 a 1076 o sea 160 años consecutivos más otros lapsos de 1112 a 1137, o sea, 25 años, y de 1162 a I 177, quince años, con un total de 180 años.

Álava integra el Reino de Pamplona desde 931 a 1076, que hace 145 años consecutivos y de 1112 a 1200, o sea 88 años, con un total de 233 años.

Vizcaya integra el Reino de Pamplona desde 931 a 1076 que hace 145 años y desde 1112 a 1175, o sea 63 años, con un total de 208 años.

Guipúzcoa integra el Reino de Pamplona de 870 a 1076, que hace 206 años y desde 1112 a 1200, o sea 63 años, con un total de 269 años.

Duranguesado integra el Reino de Pamplona desde 931 a 1076 que hace 145 años y desde 1112 a 1200, 63 años, con un total de 208 años.

Laburdi y parte de la Baja Navarra integran el Reino de Pamplona durante los primeros años del reinado de Sancho el Mayor pero la Baja Navarra se integra toda ella y permanece en el Reino hasta 1530 o sea un total de 330 años.

Zuberoa comparte la soberanía del Rey de Pamplona y del Duque de Gascuña.

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La economía altomedieval.

La riqueza pública de Navarra era la agricultura y los productos naturales. Como señala Campión (1927), se cosechaba mucho vino y trigo, y menor cantidad de avena, cebada, mijo, habas, alubias, aceite, hortalizas, etc. La abundante madera de los numerosos bosques se utilizaban para el consumo diario, local y algún tráfico. A pesar de ser Navarra "nemorosa", según la califica la Guía de los peregrinos, en algunos lugares del Reino, cuando se redactó el Fuero general comenzaba a escasear la leña. Aparte las ferrerías, apenas era conocido el trabajo industrial, salvo el laboreo de las salinas y canteras. El comercio, domiciliado en las villas, extendía su radio mediante las ferias y mercados. Lo común era que los pueblos y los valles cubriesen sus parcas necesidades con el trabajo doméstico, tanto en orden al vestido cuanto a los aperos de la labranza y el ajuar de la casa. La ganadería -incluida la transhumante a las tierras del S. recién reconquistadas (Bárdenas) o a los llanos aquitanos- revistió importancia suma en manos de sus principales explotadores: los Reyes, los monasterios y la Nobleza. El ejercicio de un arte manual con ánimo de lucro, vendiendo el producto a otros apenas es conocido; le encontramos en las villas y pueblos grandes, sobre todo en los que habitan francos o se conquistaron a los musulmanes.

Oficios. Ordinariamente los oficios estaban agrupados en calles y barrios como aún lo proclaman los nombres de algunos de ellos. El Rey cobraba en Tudela pecha o impuesto por las tiendas en Anayares ferreros zapateros, esparteros, albarderos, alfagemos (alfageme, alfagem=barbero, curandero), alcorqueros (de alcorque=chanclo con suela de corcho), tejedores.

El numerario. El metal amonedado era escaso. La moneda disfrutaba, pues, como observa Campión de gran poder adquisitivo, según lo demuestra el precio de las cosas. Los emolumentos, gajes y sueldos de los diversos oficios civiles y militares se pagaban en metálico y en especie (trigo, avena, cebada, vino, etc.), porque era escaso el dinero; el trueque era la forma ordinaria de las compraventas menudas y diarias.

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Estratificación social en la Edad Media.

Navarra medieval es una tierra estructurada básicamente sobre una red de linajes que, en la baja Edad Media, dará pie a las guerras de bandos que tan determinante papel jugaron en el ocaso y muerte de la Monarquía. Pero la Reconquista y la posesión de la tierra interfieren ya en este primer entramado conformando una estratificación social en la que la posesión de la tierra y de los honores son además los datos esenciales. Inmediatamente por debajo del Monarca se halla la Nobleza y el gran Clero; luego seguía la cohorte de hombres libres, también hidalgos, y, sosteniendo la pirámide social, los pecheros.

La Alta Nobleza. Son los seniores, dominatores, princeps, barones, y/o ricoshombres. Los seniores poseen el dominio de un pueblo fortificado colocado en alguna posición estratégica del Reino. La definición del ricohombre en el Fuero es explícita: "Richombre o ynfanzon cabayllero poderoso, oviendo creaturas fillos et fillas, caveros, vassayllos et escuderos qui prenden (reciben) sua soldada, o su bien et manzebos soldados, claveros et iuveros (el que labra tierras con bueyes) vaqueros et pastores et porqueros e muitos otros soldadados (asalariados) et creando parientes prosmanos (próximos), dandolis a comer et vestir lo que han menester et otros estranios muytos entran et saillen, comiendo en su casa et vassayllos de carneros o de cevada o de dineros por lo que defiende en el mercado o en otro logar". Eran casi pares al Rey, guerreros beneficiarios de tierras conquistadas, libres de tributos ordinarios y sólo obligados, en lo militar, hacia la persona del Monarca. El Fuero los Llama "ricos ombres naturales del Regno" ("F. G.", p. 7 libro I, título I, capítulo I), "richos ombres" de una tierra o comarca (p. 8, libro I, tít. I, cap. III) "ombres de linage de su tierra" (Idem). En los primeros tiempos de la Monarquía les pertenece, tanto como al Rey, el poder, componiendo los ricoshombres más preeminentes la Corte primitiva y el máximo tribunal de deliberaciones. Su importancia es tanta que en ella hemos de vislumbrar algunos hechos decisivos como la separación de Vizcaya y los vaivenes de Guipúzcoa, Alava y tierras de Ultrapuertos en torno a la corona de Pamplona. Más adelante este estamento se ve incrementado con los señoríos jurisdiccionales creados por los Evreux en detrimento del realengo y en beneficio, por lo general, de sus bastardos: el condado de Lerín, el condado de Cortes, el principado de Viana, el vizcondado de Valderro, etc. Tanto ésta como la pequeña y media nobleza constituían el Brazo Noble o Militar en las Cortes. Su poder, asentado en las torres y fortalezas que jalonaron todo el Reino, experimentó un gran quebranto cuando Cisneros arrasó las fortificaciones y Navarra entró en la órbita de la Monarquía absoluta. Emparentada en Castilla y Aragón, su interés por el Reino parece escaso.

La pequeña nobleza y los ruanos. Constituye la cohorte de hombres libres agrupados en varios escalones jerárquicos: caballeros, escuderos, solariegos, hijos-dalgo o hidalgos, gentileshombres e infanzones de sangre o de carta. Suelen ser miembros de algún linaje conocido y poseen casa propia o tomada a censo (feudo). Los hay rurales pero también aquéllos que habitan el medio urbano sirviendo de soldados al Rey, de merino o de comitiva del merino, etc. Estaban exentos de tributo pero solían pagar una ayuda extraordinaria al Rey. Estaban exentos de obligaciones serviles tales como las corveas o el alojamiento de soldados. Disfrutan de honores y sus casas son inmunes. Los "infanzones" tenían facultad para poseer castillos y fortalezas; pero el mismo "Fuero General" (p. 17, libro I, título III, capítulo II) limitaba la construcción de edificios de esta clase con muros, barbacanas y palenques, si la villa era cerrada y de señorío de otros infanzones, de suerte que había que tener facultad real o permiso del señor. Sus bienes se transmitían a otros nobles. Podían tener vasallos ya que "todo infanzón que tiene una heredad libre y que con esta heredad, quiera hacer villanos o pecheros, coillazos (es decir, dar renta o porción de frutos), habrá sobre sus collazos y sobre sus villanos el mismo derecho que el rey y los grandes señores tienen sobre los suyos". El infanzón de carta es cada vez más numeroso y algunos valles obtienen la infanzonía de forma colectiva (Baztán, Roncal, etc.). Los infanzones que viven en las villas se acabarán fundiendo con los francos, libres también. Su nombre genérico es ruano y están sujetos al Fuero municipal y a lo que acuerden los Fueros generales. Los jornaleros o aixaderos formaron, a su vez, el proletariado en estas villas. En los últimos años del s. XII los infanzones comienzan a coaligarse en lo que será la Junta de Obanos, futuro semillero de las Cortes estamentales a las que acceden dentro del Brazo Noble. La Corona utilizó el recurso financiero de ampliar la hidalguía haciéndola colectiva -Tudela en 1117, Baztán en el 1212, Roncal, s. XII-XIII, etc.- aunque también donó los tributos y la jurisdicción de lugares libres que cayeron así en el ámbito señorial creándose en Navarra unos contrastes sociales profundos inexistentes en otras tierras vascas, en especial, en las cantábricas. Integradas en el Brazo noble o en el de las buenas villas o Universidades llegarían a ser con el tiempo, en la Edad Moderna, la columna vertebral de las Cortes y, de esta forma, del Reino. La compra de palacios y de derechos acrecentó este estamento de forma muy considerable. Caro Baroja advierte lo curioso y significativo que es ver cómo los apelativos nobiliarios, que aparecen una y otra vez en los textos jurídicos y legales, escritos en latín más o menos corrupto o en romance, apenas tienen expresión en vasco, salvo una voz que parece equivaler a hidalgo; Azkue (Diccionario..., I, p. 20), recoge la palabra aitonen seme o aitorren seme que podría relacionarse con ellas. (Véase sobre ella el artículo de Michelena, Aitonen, aitorem seme noble hidalgo, en "B. R. S. V. A. P." XXIV, I (1968), pp. 318). En cambio, -prosigue Caro- "se usará de una manera amplia, de la voz equivalente a la de "señor" = jaun, de suerte que incluso cada cabeza de familia será señor de su casa (etxeko jauna): y también se dará el uso de la palabra equivalente a caballero, es decir, zalduna. Castillos y torres señoriales se nombran, en cambio, con palabras de origen románico: gaztelu (de "castellum") refleja un trato muy viejo de la "elle"; dorre dorre-a proviene de "turris", o su acusativo. De modo más genérico se hablará de la "mansión del señor" = jauregi, jauregia, siendo abundante el uso toponímico de estos vocablos".

Los prelados. Constituyen el Brazo eclesiástico en determinados momentos los obispos de Nájera, Bayona, Dax, Tarazona y Pamplona, además de los abades de Iratxe, la Oliva, Leire, Iranzu, Urdax, Fitero, Roncesvalles.

Los pecheros. Llamados también villanos o agreros, collazos y mezquinos, estaban sujetos a la pecha (tributo) señorial y a diversas prestaciones personales y corveas, pese a que no prestaban homenaje a sus señores laicos o abades, lo que los hubiera convertido en siervos. Estos labradores pecheros no gozaban de las ventajas del "status" de vecindad de las villas y de los valles, no tenían derecho a ser representados en las Cortes ni podían vender su haberes libremente, ya que la pecha y prestaciones se transmitían al adquisidor ya fuera pechero, franco o hidalgo. En el orden judicial estaban sometidos a los tribunales señoriales -Corte señorial- que administraban la baja, media y hasta alta justicia. Por lo demás, son bienes transmisibles junto con la tierra en caso de venta de ésta, son donatos o transmitidos como un bien cualquiera. Con el paso del tiempo la calidad social, semiservil, va siendo sustituida por una calidad más personal y meramente económica: el hombre y la familia que paga pecha. A fines de la Edad Media collazo y aparcero son casi sinónimos. Sobre el destino cruel y oprobioso de este estamento cabe señalar que el euskara ha utilizado la voz petzero con el significado de "esclavo": Eniz horien petzero jarri nahi = "no quiero estar bajo la esclavitud de esos". Los villanos o pecheros estaban divididos en el Fuero General en tres clases en razón a su deber tributario: 1.° Los del Rey o reallenco. 2.° Los de los monasterios o de orden. 3.° Villanos de solariegos (F. G. tít. V. lib. III). Esta condición duró de lege hasta el s. XIX pero fue impugnada y soslayada, a veces con éxito, ya desde los s. XVII y XVIII. La adquisición de una vecindad forana fue una de las vías que permitió a los villanos ascender socialmente. A finales del Antiguo Régimen existían más pecheros en la Montaña que en la Ribera (José Alonso, 1848). Pechero y simple morador (casero o habitante sin derechos concejiles) se confundían de hecho.

Esclavos. Sólo parecen haber existido durante la Edad media y haber sido de extracción musulmana o judía.

Agotes. Es una minoría cristiana y blanca a la que los textos forales denominan "gafos" o "leprosos". Existieron en varios pueblos de Navarra, principalmente en Bozate (Arizkun), aunque también en otras localidades vascas. Estaban exentos del derecho de vecindad y sus actividades estaban vigiladas y limitadas. Protestaron hasta en Roma (1514) y consiguieron que las Cortes de Navarra borraran oficialmente todo el estigma que pesaba sobre ellos concediéndoles los derechos que disfrutaban los restantes habitantes de cada localidad (1817-1818, ley LXIX). Todavía en este siglo persistía, sin embargo, la condena social sobre el que contraía matrimonio con algún agote como atestigua Leoncio Urabayan en su Barrio Maldito reeditado recientemente por Auñamendi. A principios de este s. había algún pueblo como Oiz de Santesteban en el que una familia a la que se motejaba de "agote", respondía a ésto llamando "oiztar pechero" al que se lo decía.

Judíos, francos y musulmanes. Constituyen las minorías étnicas interiores del Reino pero con gran diferencia entre ellas. Entre los judíos y entre los moros los hubo adinerados y pobres, pese a lo cual la discriminación, en especial desde la incorporación de Navarra a Castilla, se cebó en todos. Tenían pese a todo un estatuto especial que les garantizó cierta equidad y una autoadministración apreciable. En lo tocante a los francos -minoría de tipo francés u occitano-, el trato que recibieron por parte de los Reyes fue preferencial siéndoles concedidos estatutos especiales que les beneficiaban. Su actividad comercial les hizo enriquecerse y equipararse en algunos aspectos a la nobleza y a la gran burguesía con las que se asimiló. Para ampliar este historial, ver JUDIO, MUSULMAN, FRANCO. Con el tiempo, "francos" y "navarros" fueron fundiéndose; el estatuto jurídico fue lo que primó sobre el étnico. Pero la vieja hostilidad entre los "navarros" y "francos" antiguos parece haber tenido manifestaciones y expresiones literarias, aparte del de Aneliers que canta la destrucción de la Navarrería. Según José M.ª Lacarra, la caracterización ofensiva para los "navarros" que hay en la Guía del peregrino Picaud se debió a inspiración "franca": a ella se debería también según Caro Baroja la eliminación de la memoria de lo vascones en ciertos relatos del ciclo carolingio y el recuerdo de victorias, más o menos legendarias, de los francos sobre los navarros mismos, en que aparece el castillo de Monjardín como objeto de la lucha. Los francos sé afincaron también en el N. del Reino: en 1264 se conceden fueros propios a los "francos" de Lanz, y en 1397 a los del valle de Larraun. En estos fueros se procuraba borrar las diferencias entre los "francos" y sus descendientes y los hidalgos del país y los suyos; se establece que todos sean de una condición y que no nombren jurados ni tengan oficios separados. Y hay que advertir que se con firmó en 1439 y aun en 1729. Probablemente este proceso de unificación se extendió desde la Montaña hacia el S.

sábado, 19 de noviembre de 2011

ARANTZAZU EUSKAL ETXEA LIMA 1612-2012

Sancho III el Mayor
UN REY PAMPLONÉS E HISPANO
Armando Besga Marroquín
Universidad de Deusto

Los argumentos que avalan el carácter hispano del monarca navarro más importante son los orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona, compatibles con sus orígenes vascones; su propia familia, tanto por sus ascendientes como por las vinculaciones que entabló; la política desarrollada, que por primera vez incluyó a todos los estados hispanocristianos, desde Galicia a Cataluña; los colaboradores que encontró en todas las regiones de la España cristiana; y los territorios que llegó a dominar, desde Astorga hasta Ribagorza.
Sancho Garcés III (1004-1035) es el rey navarro más importante y durante la mayor parte de su reinado fue el soberano más poderoso de la Península. Sin embargo, su figura es muy mal conocida. Por una parte, ninguna crónica contemporanea da cuenta de sus hechos, y cuando a partir del siglo XII comenzó a relatarse su historia ésta comenzó a deformarse, una tendencia que ha llegado hasta nuestros días (1). Por otro lado, los aproximadamente 70 documentos que provienen de su reinado se encuentran a falta de una edición crítica; y esto es muy importante, «pues la mayor parte de ellos fueron rehechos, interpolados, maquillados e incluso inventados en tiempos posteriores, unos porque habían desaparecido en las precedentes calamidades y se debió restituirlos a partir de la memoria oral que sugería su proyección sobre ulteriores realidades, otros porque su tenor no correspondía a las mutaciones de la observancia regular y la organización eclesiástica ocurridas a lo largo del siguiente siglo y, finalmente, algunos porque quizás no habían existido nunca» (2).
Afortunadamente estos problemas no nos afectan ahora, porque el objetivo del presente estudio no es trazar la historia de Sancho III el Mayor -cometido que probablemente merecería una tesis doctoral-, sino responder a la iniciativa tomada recientemente por el Ayuntamiento de Fuenterrabía de levantar un monumento a la memoria del rey navarro como «Rey del Estado Vasco, Reino de Navarra», para lo cual se ha convocado un concurso dotado con un premio de 6.010 euros, iniciativa que ha provocado polémica. Pues bien, pese a los problemas que presenta el reinado de Sancho III el Mayor se puede decir que se poseen elementos de juicio claros y en abundancia para dar una respuesta terminante a esta cuestión.
Una monarquía hispana
El reino que heredó Sancho III, pese a su pequeñez (unos 15.000 kilómetros cuadrados), estaba formado por tres unidades: lo que se ha llamado Navarra primordial, origen del Reino de Pamplona y centro de la monarquía, de la que estaba excluida probablemente aún la Navarra atlántica ( cuya vinculación al reino pamplonés no se puede acreditar hasta el año 1066 ) y la parte meridional, que se encontraba en poder de los musulmanes; el condado de Aragón, limitado entonces a los valles más occidentales y septentrionales de la región a la que ha dado su nombre, unido durante el siglo X mediante una vinculación personal, consecuencia de una herencia, al Reino de Pamplona y que conservaba su autonomía; y La Rioja ( que incluía probablemente La Rioja alavesa, integrada en el Reino de Navarra hasta el siglo XV), arrebatada a al-Andalus en la primera mitad del siglo X.
No hace al caso entrar en las particularidades que presentaban Aragón y La Rioja, región esta última que gozaba de una importancia creciente en la monarquía pamplonesa. Lo que nos interesa ahora es la Navarra primordial, un territorio de unos 5.500 kilómetros cuadrados en el que había nacido un reino cuya naturaleza estrictamente vasca se da muchas veces por sentada, pues -a diferencia de lo sucedido con el Reino de Asturias- nunca ha habido un intento serio por estudiar sus orígenes indígenas. Sin embargo, los escritores nacionalistas han tratado de justificar los orígenes exclusivamente vascos del reino navarro con varias explicaciones, que pueden ser complementarias. Una consiste en hacer del Reino de Pamplona el heredero del supuesto ducado merovingio de Wasconia, entendido como el primer Estado nacional vasco, que se habría extendido desde el Garona hasta más allá del Ebro (para incluir territorios de La Rioja, Aragón y Cantabria) (3). La falsedad de esta interesada interpretación es evidente, puesto que ese ducado no existió ( 4) y porque tradicionalmente se han situado los orígenes del Reino de Pamplona en la victoria lograda en el 824 por los navarros ( ayudados en esta ocasión por aragoneses y musulmanes) sobre un ejército franco de wascones, que acababa de restablecer la soberanía carolingia en Pamplona (5). Otra explicación -relacionable con la anterior- consiste en hacer descender a la familia de Iñigo Arista de un refugiado político vascofrancés, hipótesis que ha sido también defendida por algunos historiadores, pero que no goza actualmente de crédito alguno entre los investigadores (6). Una tercera explicación pretende ver el origen del Reino de Pamplona en las luchas de los vascones contra visigodos y francos (7), lo que está claramente contradicho por el hecho de que la geografía del primitivo Reino de Pamplona es distinta de la de los vascones independientes de época visigoda y porque entre las mencionadas guerras y el nacimiento del reino navarro -sea cual sea el año de su aparición (8)- transcurre más de un siglo (9). Finalmente, otra interpretación generalizada en la historiografía nacionalista es la que presenta la formación del Reino de Pamplona como el desarrollo natural del pueblo vasco, o -en palabras de B. Estornés Lasa, que es el que más ha escrito al respecto- «de las fuerzas internas y vocacionales de la nacionalidad vasca» (10). El carácter puramente doctrinario de esta interpretación hace innecesaria la crítica. Pero estimo conveniente que el lector conozca la variante democrática de semejante tesis (porque puede ser un elemento de juicio de cierta importancia para entender el llamado problema vasco ), cuyo ejemplo más destacable corresponde a C. Clavería (11):
Su gobierno era una república federativa compuesta de valles o comarcas que se gobernaban independientemente según sus costumbres respectivas, determinándose sus diferencias por un consejo de ancianos o sabios de la tierra.
En esta situacíón estaban los vascones, cuando comenzaron la guerra contra los sarracenos, pero bien pronto las diferencias surgídas entre ellos les hace comprender la necesidad de un jefe que los dírija contra el enemigo común y que les gobíerne con paz y justícía a imitacíón de los godos y de los francos. A este caudillo lo denominan rey.
Antes de su elección, acordaron establecer un pacto entre el pueblo y el candídato, basado en que había de comprometerse a regírlos con arreglo alas leyes tradícionales vascas, sus costumbres y líbertades, procurando mejorarlas y nunca empeorarlas; que no haría justicía por sí solo, síno que debería contar con un consejo de 12 ancíanos y sabíos, y que no podría hacer la paz o la guerra sín contar con el mísmo consejo. Hecho esto eligen su primer rey (12).
Evidentemente el Reino de Pamplona tiene unos orígenes vascos que nadie discute, aunque están por estudiar y precisar (13). Pero también son claros sus orígenes hispanogodos, o, mejor dicho, hispanos, entendiendo por Hispania el país que en el siglo VIII tenía un pasado romano y visigodo y la presencia inmediata del enemigo musulmán (14).
El primer y más importante elemento que hay que tener en cuenta es que el Reino de Pamplona nació en una ciudad y durante mucho tiempo fue el reino de una ciudad, como indica, entre otras cosas, su denominación, que no se convirtió en Reino de Navarra hasta 1162 (15). No puede ser casualidad que en un ambiente abrumadoramente rural, como el del mundo vasco de los últimos siglos del primer milenio, el reino pamplonés naciera en una ciudad, cuyo nombre en euskera, lruña (ciudad), revela claramente su excepcionalidad, ya que indica que no había en el territorio otra urbe de la que hubiera necesidad de distinguirla. Es decir, que el Reino de Pamplona nació en lo distinto: en la ciudad, en lo heredado de Roma, que seguramente tenía unos orígenes indoeuropeos (16) y fue un obispado del Reino Visigodo. Si, por ejemplo, el único Estado vasco de la Historia hubiera surgido en Guipúzcoa, el único territorio vasco sin contacto con otros territorios no vascos y por ello auténtico corazón del país, o en otro territorio vasco resguardado de al-Andalus, no habría problemas para admitir unos orígenes exclusivamente indígenas. Pero precisamente Guipúzcoa, de la que se carece de cualquier noticia entre e1 456 y el 1025, continuaba en los alrededores del año 1000 en la Prehistoria, la última de Occidente, y, dividida en varias unidades, era incapaz de articularse políticamente ( 17), lo que muestra a mi entender la incapacidad del llamado saltus vasconum para organizarse en un Estado, empresa por lo demás difícil. Si a esto añadimos que el Reino de Pamplona surgió en la primera línea de lucha contra al-Andalus, no encontraremos otra causa para explicar su nacimiento que el desarrollo político de la ciudad. Si la aparición de los estados hispanocristianos hubiera tenido lugar en el seno de ciudades, el significado de los orígenes urbanos del Reino de Pamplonana estaría tan claro, porque se podría aducir que ese nacimiento urbano es una condición para la formación de una monarquía. Pero, precisamente, la aparición del reino navarro es una excepción en la historia de los orígenes de la Reconquista. En Asturias, donde la importancia del elemento hispanogodo fue decisivo (18), el reino tuvo un origen rural; y los condados aragoneses carecieron de cualquier ciudad hasta el siglo XI (19).
Más significativo aún es el hecho de que Pamplona fuera una ciudad visigoda situada en la frontera con los vascones independientes de la época de los reinos germánicos. El único documento pamplonés proveniente de esta época -el De laude Pampílone-, pese a su carácter de alabanza a la manera del famoso Laus Spaníae de San Isidoro (que parece haberlo inspirado ), muestra claramente las preocupaciones defensivas de los habitantes de la capital navarra (la mayor parte de la breve composición responde a esa angustia) e identifica a los enemigos de la ciudad: los vascones. Después, como cualquier otra ciudad hispanogoda, capituló ante los musulmanes sin que haya constancia de que hubiera protagonizado algún acto de resistencia. Ciertamente Pamplona fue, con gran diferencia, la ciudad hispanocristiana que más veces se rebeló contra los musulmanes en el siglo VIII. Dada la sumisión de la Hispania mozárabe, esta actitud singular parece revelar la existencia de una alianza de los antiguos adversarios (Pamplona y los vascones) frente a un enemigo común, mucho más poderoso y peligroso ( algo similar sucedió a mediados del siglo VIII entre el Reino de Astucias y los habitantes de Vizcaya y Álava). En todo caso, antes o después esa alianza terminó por producirse y tuvo un carácter decisivo en la larga y compleja gestación del Reino de Pamplona. Cabe señalar también que en Pamplona -como en otras ciudades del valle del Ebro- apareció un partido procarolingio a finales del siglo IX, cuya actividad facilitó a principios del siglo IX una breve incorporación al Imperio Carolingio (806-816).
Además, hay que destacar que la monarquía no sólo no fue el Regnum Vasconum (20), sino que nunca empleó la palabra «vascóm», que a partir del año 1000 -y hasta hace poco (la extraña, para la lengua española, expresión País Vasco es un galicismo introducido en el siglo XIX)- servirá únicamente para designar a los habitantes del País Vasco francés (21). Y esto debe de ser muy significativo porque Navarra fue la primitiva Vasconia y porque ese gentilicio indoeuropeo no puede considerarse un exónimo, ya que consta la existencia de una ceca con el nombre de Bar(s)cunes ( que puede significar «los altos» o «los orgullosos» ), que muy probablemente correspondió a la primitiva Pamplona prerromana (22). Este olvido, que no puede ser una casualidad, parece el resultado de una actitud deliberada por resaltar únicamente los orígenes hispanogodos (y romanos ), algo que se puede probar desde el mismo momento en que en la segunda mitad del siglo X aparecen los documentos. Ciertamente, en algunos textos bajomedievales reaparece el término «vasco», pero, como en otros lugares peninsulares, con un sentido lingüístico, de donde surgirá la voz «vascongado», en principio, vascoparlante (y no habitante de las Vascongadas, como sucede desde el siglo XVIII).
Pero la existencia de unos importantes orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona no descansa únicamente en planteamientos teóricos. En un contexto de penuria documental, existen varias pruebas que acreditan esos orígenes. Una se encuentra en la antroponimia, apenas conocida en el siglo IX. Cuando entre los mozárabes de la época los nombres germánicos eran minoritarios ( un quinto entre los mártires voluntarios cordobeses de mediados del siglo IX), tiene que ser significativo que, tras la invasión musulmana, los dos primeros obispos conocidos de Pamplona tengan nombre godo: Opilano y Wiliesindo, contemporáneos de Iñigo Arista (824-852) y, por consiguiente, de los orígenes del proceso de constitución del Reino de Pamplona (23). y éste no es un dato aislado: gracias a San Eulogio, conocemos a mediados del siglo IX una serie de nombres de abades pertenecientes todos ellos, probablemente, a la diócesis de Pamplona: Fortún de Leire, Atilio de Cillas, Odoario de Siresa, Jimeno de Igal y Dadilano de Urdaspal (24). Los nombres germánicos también se encuentran entre los laicos, como se aprecia en las dos familias principales de Navarra: Galindo, uno de los antropónimos más frecuentes en el ámbito navarro-aragonés en el siglo X, fue el nombre del segundo hijo de Iñigo Arista, y Toda, más frecuente aún, el de la madre y la esposa de Sancho Garcés I (905- 925), probablemente el primero en tomar el título de rey (25). La antroponimia germánica conocida en Navarra antes del año 1000 es suficiente para acreditar la presencia de individuos pertenecientes a la minoría visigoda, que por su importante relevancia no pueden ser considerados como meros refugiados. Este fenómeno cobra mayor significación si se tiene en cuenta que al hablar de orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona hablamos, ante todo, de orígenes hispanos o romanos.
Otra prueba relevante se encuentra en la vigencia del Líber Iudícíorum visigodo en el Reino de Pamplona, ya que, como ha señalado J. J. Larrea, «todo lo que sabemos sobre el Derecho privado, sobre las instancias judiciales y sobre el procedimiento en nuestra región debe ser relacionado con la tradición romano-visigoda» (26). Y esto es imposible que haya sido impuesto por una monarquía joven y con escasos medios. Es más: dada la falta de ejemplares del Líber y de formación jurídica, el mismo autor ha podido escribir que «en Navarra, la ley escrita parece haberse convertido en costumbre» (27), fenómeno que sólo es posible tras una importante implantación anterior.
Otros indicios que apuntan en la misma dirección son: la propia organización social, en la que no se han detectado elementos importantes que la singularicen (28); la vigencia de la liturgia de la Iglesia visigoda hasta el siglo XI, cuando al Norte de los Pirineos había sido sustituida por el rito romano; la utilización de la cursiva visigótica que, como en Aragón y el reino astur-leonés, es la escritura más antigua detectada en Navarra, lo que cobra aún más valor si se tiene en cuenta la introducción de la minúscula carolina en el Imperio Carolingio; la utilización de la Era hispánica hasta el siglo XIV; y la aparición de una lengua romance muy parecida al castellano (29) en un reino por cuyo territorio San Eulogio pudo viajar sin problemas de entendimiento a mediados del siglo IX. Una lengua que, por cierto, tiene su acta de nacimiento en las famosas glosas de San Millán de la Cogolla -que formaba parte entonces del Reino de Pamplona- y en las que, significativamente, se encuentran también las primeras (y breves) frases en euskera (30). Pues bien, esta lengua se convirtió en idioma oficial en Navarra medio siglo antes que en Castilla y dio lugar a la primera crónica peninsular escrita en romance ( Cronícón Villarense) (31).
Por todo ello, no es de extrañar que en el Reino de Pamplona surgiera también el neogoticismo, lo que es asimismo una prueba de sus orígenes hispanogodos (32). Este fenómeno es claramente perceptible en la segunda mitad del siglo X, cuando empieza a haber documentación, y tiene su mejor exponente en una serie de códices encargados por el rey Sancho Garcés II Abarca (970-994), que constituyen lo que Ángel J. Martín Duque ha denominado, con acierto, «primera memoria historiográfica autóctona» (33). En estas obras elaboradas en monasterios de la monarquía pamplonesa, «un equipo de monjes y clérigos reunió y compendió ordenadamente todos los subsidios textuales necesarios para intentar fijar en la memoria colectiva los horizontes universales, los antecedentes geohistóricos y las premisas directas de la reciente comunidad política, que no había surgido por una especie de generación espontánea» (34). Pues bien, «esta labor bien meditada y cuidadosa» constituye una reivindicación del legado hispanogodo.
El primero de esos libros es el llamado Códice Vigilano o Albeldense, realizado entre el 974 y el 976 en el Monasterio de San Martín de Albelda, fundado por Sancho Garcés I. «Sus 429 folios comprenden principalmente dos extensas piezas de carácter normativo, magno mensaje de unas tradiciones de convivencia hasta entonces soterradas en tierras pamplonesas, pero nunca desmentidas» (35): la Colección Crónica Hispana, esto es, el legado normativo de la Iglesia hispanovisigoda, y el Liber Iudiciorum, «es decir, las pautas de convivencia religiosa y civil de la fenecida sociedad hispanogoda que sin duda habían seguido vivas en tierras pamplonesas» (36). En este sentido, hay que resaltar la famosa miniatura del folio 428, modelo del estilo mozárabe, que remata la copia del Liber Iudiciorum y corona el códice, porque constituye la primera imagen de una monarquía hispana. En el centro de la composición aparece el rey Sancho Garcés II flanqueado por la reina Urraca y su hermano Ramiro y bajo las representaciones de Chindasvinto, Recesvinto y Egica, es decir, «dos tres reyes a los que se atribuyen prácticamente todas las leyes del código visigótico, excluidas las reseñadas como antiquae, que, como tales, no circulan bajo el nombre de ningún rey» (37). Este folio miniado constituye un colofón que compendia gráficamente la reivindicación de los orígenes hispanogodos de la monarquía pamplonesa, que está presente en todo el códice. El libro se completa con otras obras del legado cultural hispanogodo generalmente y unas piezas historiográficas que componen un conjunto con un claro significado. Entre estas últimas hay que destacar dos pequeñas composiciones originales, que son las más antiguas narraciones sobre el Reino de Pamplona: la llamada Additio de regibus pampilonensium, que da breve cuenta de los reinados de Sancho Garcés I (905-925), García Sánchez I (925-970) y Sancho Garcés II (970-994), y una Nomina Pampilonensium regum, que se limita a los tres monarcas citados a los que un glosista contemporáneo añadió al margen que desconocía la existencia de otros anteriores (prueba de que el reino se fundó con Sancho Garcés I). Pues bien, ese vacío está colmado por la Crónica Albeldense, llamada así por figurar en este códice, es decir, un epítome de la historia romana y del Reino Visigodo y una crónica del Reino de Asturias, de la que la Additio de regibus pampilonensium es, como ha señalado A. J. Martín Duque, «un apéndice necesario» (38). Con ello no sólo se asume como propio el pasado romano y visigodo, sino incluso la historia del Reino de Asturias, que aparece como el necesario eslabón para vincular a los reyes navarros con los monarcas godos (39).
El segundo libro es el Códice Emilianense elaborado en San Millán de la Cogolla por el obispo Sisebuto de Pamplona, otro individuo del mismo nombre y Velasco, que lo terminaron en el 992. Básicamente, esta obra es una copia del Códice Albeldense ( como lo prueba el que presente una miniatura análoga a la del folio 428 del citado código ), lo que demuestra que la recopilación del Códice de Vigilano respondía a las necesidades del momento ( 40).
Pero el manuscrito más interesante es el Códice de Roda, compuesto en Nájera hacia el 990 bajo la probable inspiración del ya citado obispo de Pamplona Sisebuto. Este códice parte de la historia de Orosio, que ocupa las tres cuartas partes del conjunto, continúa con la historia de los godos de San Isidoro, a la que siguen la Crónica Albeldense y la Cróníca de Alfonso III ( 4 I ), y concluye con una serie de textos navarros que, en opinión de A. Martín Duque, son «el punto nuclear del argumento, la glorificación de Pamplona y de su reciente casta de soberanos» ( 42). Entre estos últimos sobresalen las famosas Genealogías de Roda (fuente fundamental para la historia del Pirineo en esta época ), pero lo más destacable para el asunto que nos interesa ahora es la inclusión del visigótico De laude Pampilone y de la Epístula de Honorío, cuyo significado ha sido interpretado con acierto por K. Larrañaga: «En las Genealogías de Roda, lejos de vindicar viejos ancestros vascones, se silencia -cabría decir que intencionadamente- cualquier referencia a éstos en relación con el Reino de Pamplona, y se incluyen, por otro lado, textos en la colección -como la epistula del emperador Honorio a los soldados de Pamplona, y una laus Pampílone presumiblemente visigótica- que se dirían buscados ex professo de entre la masa documental referida a la ciudad para poner de relieve los títulos de gloria de su pasado romano-cristiano y borrar de paso el recuerdo de la turbulencia vascona» (43).
Todo esto no son sólo interpretaciones más o menos razonadas de investigadores de nuestra época. Un contemporáneo de Sancho III, el poeta Abu Umar ibn Darray (958-1030), dejó un testimonio claro de la deliberada vinculación de los reyes navarros con Roma. Se trata de unos versos en los que increpó a Sancho Garcés II con motivo de su humillante comparecencia en el palacio de Almanzor (992) de la siguiente manera:
Hijo de los reyes de la herejía en la cumbre de la grandeza y heredero de la realeza romana de sus antepasados se había situado en el centro mismo de los orígenes de los Césares y había pertenecido a los más nobles reyes por parentesco próximo ( 44 ).
Finalmente, cabe añadir una consideración más. La pérdida de una frontera con al-Andalus -consecuencia de la ruptura de la nobleza navarra con el Reino de Aragón tras la crisis motivada por el singular testamento de Alfonso I el Batallador (1134 )- impidió que el reino pamplonés progresara hacia el Sur, como el resto de los Estados hispanocristianos. Es muy probable que este hecho preservara la capitalidad de Pamplona y el carácter navarro del reino ( que poco después se va a llamar de Navarra ), pues antes de la unión con Aragón (1076-1134) hubo una tendencia muy fuerte a fijar la residencia real en Nájera. Debe tenerse en cuenta que en el Reino de Asturias el traslado de su capital a León con García I (910-914) dio lugar al Reino de León, lo que prueba que la monarquía asturiana no fue el reino de los astures.
En realidad, las pruebas del legado hispanogodo del Reino de Pamplona aumentan conforme crece la documentación y nos alejamos del Reino Visigodo. Hasta tal punto es así que A. Martín Duque y J. Carrasco Pérez han podido concluir «la hispanidad radical, sustantiva e indeclinable desde sus lejanos prolegómenos antiguos hasta sus últimos destinos modernos» ( 45). Este juicio no es una simple interpretación más o menos discutible. Juan José Larrea, mediante una extraordinaria tesis doctoral, ha demostrado recientemente que hasta el siglo XII a Navarra «nada esencial distinguía de otros reinos y condados de la España cristiana» ( 46), pues la primitiva monarquía pamplonesa, «una monarquía isidoriana», tiene una clara filiación hispanovisigoda que no se reduce a la organización política ( 47).
Un monarca hispano
Sancho III fue hijo del rey García Sánchez II el Temblón (994-1000), el monarca peor conocido de la España del siglo X. Su madre, Jimena, era hija del conde leonés Fernando Bermúdez y de su esposa Elvira. Es decir: Sancho III era sólo medio vasco. Es más: la sangre castellana abundaba en la ascendencia paterna de Sancho III el Mayor, pues era biznieto de Fernán González (933-970) y nieto de la infanta castellana Urraca ( es decir, tres de sus cuatro abuelos no eran vascos ). Esto era así porque la dinastía Jimena, que reinaba en Pamplona desde el 905, había seguido una política matrimonial de enlaces con sus vecinos, particularmente los reyes de León y los condes de Castilla ( que maniobraban entonces hacia la independencia y encontraron en los enlaces con la familia real navarra un poderoso medio en ese sentido ).
Pero más relevante que los orígenes biológicos de Sancho III (48) es el hecho de que su madre doña Jimena y su abuela Urraca dirigieron la política del reino durante su minoría de edad, pues aquél sólo debía de contar con 8 años cuando murió su padre. Entre el 1000 y el 1004 su tío materno Sancho Ramírez (primo carnal de García Sánchez II) parece que se hizo cargo de la monarquía con el título de rey ( que en Navarra se daba también entonces a ciertos miembros de la familia real), en lo que fue más un interregno que una regencia ( 49). La prematura muerte de este oscuro personaje (que habría nacido hacia el 970) significó la entronización de Sancho III con tan sólo 12 años ante los problemas que suponía la búsqueda de un nuevo regente. Pero el gobierno efectivo correspondió a su madre y abuela. que «le introdujeron seguramente en los intereses y complicaciones de la política de León y Castilla» (50).
Consecuencia de esta tutela y de esta política fue el matrimonio de Sancho III con Munia o Muniadonna, hija del conde de Castilla Sancho García (51 ). Seguramente esta boda fue el hecho más decisivo de su vida pues, como veremos, condicionó todo su reinado y la herencia que dejó: ni más ni menos que todas las familias reinantes en la España cristiana tengan su origen en Sancho III. Consta que Sancho III estaba casado ya en el 1011 y es muy probable que la celebración del matrimonio marcase el fin de la tutela de su madre y de su abuela. Pero la importante influencia de su madre se puede acreditar hasta casi el final del reinado. Desde luego, en ningún caso se puede considerar que el matrimonio citado le fuera impuesto a Sancho III, pues el monarca navarro siguió la misma política con sus hijos.
Para completar las vinculaciones castellanas de Sancho III, cabe destacar que el monarca navarro fue prohijado por algunas viudas castellanas, como doña Goto y doña Oneca ( de probable ascendencia pamplonesa ), que le hicieron donación a título privado de sus cuantiosos patrimonios ( 1028 y 1031 ). Esta práctica -que hoy parece extraña, pero entonces no era rara- sirvió para acrecentar el poder de Sancho III en el condado de Castilla.
Si en la ascendencia domina abrumadoramente la sangre no navarra, su descendencia controlará todos los tronos de la España cristiana. Efectivamente, su obra sentó las bases para que durante un siglo todos los reyes hispanocristinos descendieran de Sancho III por línea paterna ( es lo que se ha llamado dinastía navarra ), y después y hasta nuestros días también, aunque no de esa forma.
Por otra parte, hay que señalar la predilección de Sancho III por Nájera, que se convirtió en su residencia principal y añadió por primera vez a la titulación de los reyes de Pamplona (52). Esta predilección alcanzó su apogeo con su hijo García Sánchez III, que, como es sabido, ha pasado a la Historia como el de Nájera.
Por último, no es ocioso recordar que Sancho III fue enterrado en el Monasterio burgalés de Oña, donde habían sido sepultados los últimos condes castellanos.
Una política expansiva e hispana
Sancho III -con distintos títulos, poderes y derechos- llegó a controlar el territorio de la España cristiana comprendido entre Astorga y Cataluña. Con ello el reino navarro alcanzó la mayor extensión de su historia. Pese a este hecho, no es cierta la idea, repetida tantas veces, de que Sancho III dominó todo el País Vasco, objetivo que ni siquiera entró en una política expansiva movida por las circunstancias.
Así, no aprovechó el indudable potencial de su reino para reconquistar el territorio de los antiguos vascones de época romana ( que se extendía más allá de la actual Navarra por el Este y el Sur), lo que prueba la inexistencia de cualquier tipo de irredentismo vascón. Y eso que el reinado de Sancho III el Mayor coincide con la crisis definitiva del Califato de Córdoba: uno de los más trágicos cuartos de siglo de toda la Historia. Desde el pináculo de su riqueza, de su poder y de su esplendor cultural, al-Andalus se desplomó en el abismo de una sangrienta guerra civil (53). La crisis comenzó con el asesinato en el año 1009 del dictador amirí Ab- derramán Sanchuelo, llamado así por ser hijo de una navarra (y nieto, como su primo Sancho III, de Sancho Garcés II), que gobernaba en nombre de Hisham II, cuya madre -Subh-era también navarra y tuvo un papel decisivo en el encumbramiento de Almanzor ( del que pudo ser amante) ( 54 ). Mientras castellanos y catalanes aprovecharon inmediatamente la crisis y entraron en Córdoba apoyando a una facción en los años 1009 y 1010 respectivamente, Sancho III prefirió obtener mediante amenazas la entrega de una serie de fortalezas fronterizas, como habían logrado los condes Sancho García, Ramón Borrell y Ermengol con su intervencionismo en las luchas internas de al-Andalus. Después también combatió en ocasiones contra los musulmanes, pero el balance de lo conseguido durante todo su reinado (una estrecha franja de terreno en Navarra y, sobre todo, en Aragón, que incluía territorios perdidos en la época de Almanzor, como Uncastillo) es muy pobre, sobre todo, si se compara con lo logrado en la expansión hacia el Este y el Oeste, es decir, por tierras cristianas. Ciertamente, pese a la crisis del Califato, el enemigo en la frontera navarroaragonesa, la taifa de Zaragoza, era muy poderoso y tenía uno de sus núcleos principales en Tudela, ciudad fundada por los musulmanes y que no sería reconquistada hasta 1119, es decir, 34 años después que Toledo. Pero también cabe señalar que si Sancho III -el monarca más poderoso entonces de la península Ibérica- hubiera lanzado todo su potencial militar contra el Sur de la actual navarra es muy posible que hubiese podido adelantar en un siglo la conquista de Tudela. En todo caso, lo que es evidente es que tuvo objetivos que consideró más importantes ( 55).
Por el Norte, la frontera del reino pamplonés está clara, los Pirineos ( caso de haberse extendido la autoridad de los reyes navarros hasta el Baztán, lo que es lo más probable, pero que no se puede acreditar hasta el 1066 ), y no se modificó. No es cierto, pese a todas las veces que se ha dicho, que Sancho III lograra el dominio de Gascuña (la única Vasconia de entonces, es decir, el territorio entre los Pirineos y el Garona, en el que la población que podemos considerar vasca por su lengua sólo era una minoría ). El rey navarro únicamente pretendió suceder en 1032 al duque de Gascuña Sancho Guillermo, muerto sin descendencia, lo que bastó para que en algunos documentos se le cite reinando en Gascuña. Pero la verdad es que la herencia recayó en Eudes, sobrino de Sancho Guillermo e hijo de Guillermo V el Grande de Aquitania, lo que permitió a la muerte de éste (1038) la unión de ambos territorios del Reino Franco. Tampoco es cierto que Sancho Guillermo fuera vasallo de Sancho III ( teóricamente debía de serlo del rey de Francia) porque aquél figure como testigo en algunos documentos del rey pamplonés. También lo hizo el conde de Barcelona entre el año 1025 y 1030 y tampoco es cierto, como se ha llegado a defender, que el condado catalán ( que seguía formando parte jurídicamente del Reino Franco) entrara en dependencia del rey de Pamplona. Estos hechos forman parte de unas prácticas corrientes en la época. El mismo Sancho III acudió a las festividades celebradas en Saint-Jean d'Angely con motivo del milagroso descubrimiento de la cabeza de San Juan Bautista ( en lo que fue el primer viaje de un monarca hispano al extranjero) y coincidió con el rey francés Roberto el Piadoso, y otros personajes importantes de Francia, España e Italia. A este monarca, según Raúl Glaber, Sancho III envió frecuentes regalos e incluso pidió ayuda, y a nadie -que yo sepa- se le ha ocurrido considerarle por eso su vasallo. Tampoco se ha realizado semejante interpretación con respecto a Guillermo V de Aquitania -más poderoso entonces que el rey de Francia-, pese a que, según Ademar Chabannes, «cada año el duque de Aquitania recibía a los enviados del rey de Navarra, portadores de preciosos presentes». Finalmente, tampoco es cierto que Sancho III organizara el vizcondado de Labourd ( que supuestamente le habría cedido Sancho Guillermo ), como han escrito incluso profesores universitarios. No, hay que esperar a finales del siglo XII, cuando el reino navarro estaba a punto de quedar confinado a Navarra, para datar el comienzo, por vía de hecho, de un dominio norpirenaico: el territorio que se conocería en la Edad Moderna en la Baja Navarra (56).
Lo que sí puede afirmarse es que Sancho III extendió su autoridad a las Vascongadas. Para Álava ( cuyo nombre incluía seguramente entonces a Vizcaya, cuyo corónimo no aparece en todo el reinado) consta su dominio a partir del 1024; para Guipúzcoa, desde el 1025. Pero éstos son únicamente dos capítulos de la expansión del reino pamplonés bajo Sancho III. Y dos capítulos muy diferentes. En realidad, de Guipúzcoa nada sabemos hasta el año 1025, cuando una donación, que menciona por primera vez su nombre ( que entonces sólo abarcaba a la parte central de la provincia), permite saber que se encontraba bajo la jurisdicción del señor aragonés García Acenáriz, súbdito de Sancho III y casado con doña Galga de Guipúzcoa. No sabemos si la integración de este territorio, que había permanecido independiente desde la época visigoda, se produjo durante el reinado de Sancho III (lo que me parece lo más probable) o un poco antes del año 1000. En todo caso, el proceso debió de ser pacífico, quizá propiciado por el matrimonio citado, cuyo carácter de pacto o alianza parece claro a la vista de las dificultades de un matrimonio entre un noble aragonés y una guipuzcoana muy importante en otras circunstancias.
El caso de Álava, muy complejo, es mucho mejor conocido. Pero forma parte de la historia de los dominios que correspondieron a Sancho III en virtud de las herencias de su esposa.
La incorporación del condado epicarolingio de Ribagorza forma parte de esa historia. Este condado -formado por los valles pirenaicos más orientales de Aragón ( que entonces sólo abarcaba los más occidentales)- conoció una grave crisis a principios del siglo XI. El conde Isarno murió en 1003 luchando contra los musulmanes. El condado recayó entonces en su hermana Toda, que no pudo evitar la ocupación musulmana de Roda y la parte meridional de Ribagorza (1006). Por eso probablemente se casó con su tío el conde de Pallars Suñer, viudo y con hijos, que aspiraba a la reunificación de Pallars y Ribagorza, que en e1 872 se habían separado del condado de Tolosa, del que habían formado parte desde el principio ( comienzos del siglo IX). Pero Suñer murió pronto y Toda recurrió a su sobrino Guillermo, hijo natural de Isarno y que estaba en la Corte castellana al amparo de su tía la condesa Ava, viuda del conde Garci Fernández (970-995) y hermana de Toda. Con la ayuda de tropas castellanas, Guillermo se hizo con el control del condado luchando contra los musulmanes y probablemente contra Pallars. Pero murió combatiendo en 1110 ó 1111. Entonces el condado pasó a doña Mayor, hija de Ava y hermana del conde castellano Sancho García (995-1017). Sin embargo, Ramón III de Pallars, con el que había estado casada hasta que la repudió, aprovechó la ocasión para apoderarse de Ribagorza hasta el punto de que doña Mayor tuvo que refugiarse en los confines occidentales del condado. Esta coyuntura fue aprovechada por Sancho III para intervenir en favor de su pariente, pues el condado podía recaer en su esposa como nieta de Ava. Antes de mayo del año 1017 recuperó Buil en Sobrarbe (57) y después la parte Sur de Ribagorza, recientemente ocupada por los musulmanes. A partir de ahí (1018) vio reconocida su autoridad también en el condado ribagorzano, donde comenzó a sustituirse en las calendaciones de los documentos el nombre del rey de Francia por el de Sancho III, lo que debe tener su justificación en el derecho de conquista. Este poder fáctico quedó regularizado en 1025, cuando doña Mayor renunció a sus derechos en favor de su sobrina del mismo nombre, esposa de Sancho III, y se retiró a Castilla, donde terminó su vida como abadesa de San Miguel de Pedroso.
Pese a su condición de condado, dependiente jurídicamente del Reino de León, Castilla era un Estado poderoso (había sido el que mejor había aguantado las ofensivas de Almanzor ) y más extenso que la monarquía Pamplonesa, pues incluía también Cantabria, Alava, Vizcaya y la Guipúzcoa situada al Occidente del Deva. Pero la muerte en el año 1017 del conde Sancho García, suegro y pariente de Sancho III (y que tenía, por cierto, más sangre vasca que éste ), dejaba el condado en manos de un heredero de tan sólo 7 años y 2 meses, el infante García Sánchez, lo que supuso el inicio de una grave crisis, cuyas principales manifestaciones fueron la amenaza leonesa de hacer efectiva su soberanía (58) y la anarquía interior generada por un sector importante de la nobleza. Esta situación facilitó y propició la intervención de Sancho III el Mayor que se convirtió en el protector del conde niño, hermano de su mujer Muniadonna, y que contó con la aprobación de un sector creciente de la población. Esto permitió que el rey navarro ejerciera un dominio de facto en los territorios del infante García, lo que fue suficiente para que a partir de 1024 en las calendaciones de los documentos se pudiera mencionar, entre los territorios sujetos a su soberanía, Álava o Castilla, según los criterios de los escribanos. La situación se mantuvo hasta el trágico asesinato del conde García cuando iba a casarse en León con la hermana de Bermudo III el martes 13 de mayo del año 1029 (59). La desaparición del infante permitió consolidar el dominio de Sancho III el Mayor, que el matrimonio de García Sánchez con la hermana del rey de León habría puesto probablemente en crisis (60), y comenzar el proceso de integración de derecho de Álava en el Reino de Pamplona, ya que la herencia del condado castellano correspondía a la mujer del rey navarro, Muniadonna, hermana mayor del conde asesinado. Oficialmente, la dignidad condal recayó en Fernando, segundo hijo de Sancho III y Muniadonna, que tenía unos 17 años, pero el dominio real lo ejerció el padre, que de esta manera evitaba quedar bajo la dependencia teórica del rey de León, Bermudo III (1028-1037), que aún conservaba la soberanía (61). Es importante subrayar la complejidad jurídica de la situación, pues sobre los mismos dominios castellanoalaveses tenían derechos cuatro personas que, además, estaban emparentadas: la reina Muniadonna ( que sobrevivirá a todos ), el rey Sancho III, el conde Fernando I y el rey y emperador Bermudo III, que sólo tenía 12 años. Esta complejidad -que no generó problema alguno por la superioridad de Sancho III (62) y la aceptación de la población (63)- fue la que propició la integración del territorio llamado Álava ( que incluía Vizcaya) ( 64) en el Reino de Pamplona, aunque los historiadores no se pongan de acuerdo en el momento exacto. Tres son las principales propuestas:
- El mismo año 1029, en el que el rey Sancho III habría procedido a separar las tierras de las Vascongadas ( sin las Encartaciones ni el borde occidental de Álava, que formaban parte del condado de Castilla propiamente dicho) de los antiguos dominios del conde García Sánchez, para compensar así a su primogénito, también llamado García Sánchez (lo que no es una mera casualidad), con una parte de la herencia que le había de corresponder de su madre, Muniadonna ( que podría haberse completado con la llamada entonces Castilla Vieja, primitivo núcleo del condado castellano ). En todo caso, independientemente de la fecha, ésta parece ser una razón fundamental de la integración del territorio entonces denominado Alava en el Reino de Pamplona, que heredó García Sánchez III (1035-1054) (65).
- La muerte de Sancho III el Mayor en 1035, que habría obligado a aclarar la situación en los distintos territorios en los que había gobernado el rey pamplonés con distintos títulos y derechos. El reparto entre sus hijos, que ya se había hecho en vida del monarca, obligaba a ello y por tanto ésta pudo ser la ocasión en que los territorios que se conocían como Álava quedaran integrados en el Reino de Pamplona, si no lo habían estado antes (66).
- El año 1037, como compensación por la decisiva ayuda prestada por García III el de Nájera a su hermano Fernando I, que le habría permitido, primero, derrotar a Bermudo III en Tamarón y después, por la muerte del rey leonés en la batalla y su previo matrimonio con la hermana del fallecido, coronarse rey de León. Tradicionalmente se ha supuesto que el rey navarro fue recompensado con una ampliación de sus fronteras, que por la costa las habría llevado algo más allá de Santander, aunque generalmente se ha considerado que la modificación sólo afectó a la llamada Castella vetula, que incluía las Encartaciones y la zona más occidental de Álava, pues el resto de las Vascongadas ya formarían parte de los dominios de García III ( 67). Lo que sí pudo suceder entonces es la plena integración de derecho de Álava en el Reino de Pamplona por la real desaparición de la monarquía leonesa.
Sea como fuere, la complejidad de este problema muestra el nulo valor de los simples planteamientos con los que se ha defendido una integración anterior al reinado de Sancho III de Álava en el Reino de Pamplona ( 68). En todo caso, conviene tener presente que entre los príncipes hispanocristianos no se daban casos de meras usurpaciones o conquistas ( que se dejaban para las tierras ocupadas por los musulmanes ), sino que se alegan derechos, como los que arguyó Sancho III en los casos de Ribagorza y Castilla (69).
Una de las causas que permitieron a Sancho III ejercer unos poderes fácticos en el condado de Castilla fue la nueva crisis del Reino de León ( que terminará con el final de su dinastía reinante en 1037), provocada por la minoridad de Bermudo III (1028-103.7). Un documento leonés de la época dice que a la muerte de Alfonso V «se levantaron en un reino hombres perversos, ignorantes de la verdad, que robaron y enajenaron los bienes de la Iglesia, y los fieles del reino quedaron reducidos a la nada, por lo que unos a otros se mataban con la espada» (70). Esta situación propició la intervención en el Reino de León de Sancho III, cuya hermana era la madrastra de Bermudo III, sobre la que recayó la dirección de la monarquía. Esto permitió extender el poder de Sancho III el Mayor hasta Astorga, mientras Bermudo III y su madrastra se encar-
gaban de mantener el orden en la parte occidental del reino. Muy poco se conoce de la actuación de Sancho III en el reino leonés, que consumió los últimos años de su reinado, lo que ha permitido interpretaciones contrapuestas. Lo único que se sabe con certeza es que el monarca navarro restauró la sede episcopal de Palencia, que unificaba las disputadas tierras entre el Cea y el Pisuerga y contribuía a mejorar las relaciones entre León y Castilla (71). También se conoce que se reforzaron los vínculos familiares entre las dinastías leonesa y pamplonesa, ya emparentadas desde antiguo, con el matrimonio de Fernando I y Sancha, hermana (y heredera entonces) de Bermudo III (lo que regularizaba el poder alcanzado por éste y por su padre en el condado de Castilla ), y la boda del rey leonés con Jimena, la única hija de Sancho III, lo que parece indicar que las relaciones entre suegro y yerno eran buenas. En todo caso, el poder alcanzado por Sancho III en la parte occidental del Reino de León ( que pudo haber tenido algún reconocimiento por parte de la Corte de Bermudo III, pero no, desde luego, el vasallaje que se ha negado a postular en ocasiones) fue suficiente para que en las calendaciones de los documentos de la época se le presentara reínando en León. Sin embargo, la prematura ( aunque no para el siglo XI) muerte de Sancho III a su regreso de León (probablemente el 18 de octubre de 1035) terminó con ese dominio ( que los documentos le reconocen hasta el final) (72) y supuso la división de los restantes territorios entre sus hijos, a los que ya había dotado en vida: Pamplona fue para García ( el único que dispuso del título real desde el principio, con lo que eso suponía: la probable supeditación de sus hermanos ); Castilla, para Fernando I ( que debía reconocer la autoridad teórica de su cuñado Bermudo III y, quizás, la de su hermano mayor ) (73); Aragón (que seguía siendo un condado del Reino de Pamplona ), para Ramiro; y Sobrarbe y Ribagorza, para Gonzalo ( del que apenas sabemos algo ). Rápidamente Pamplona vería desaparecer la supremacía sobre los estados hispanocristianos, que únicamente disfrutó con el reinado de Sancho III.
¿ Un monarca europeizador ?
La europeización es uno de los argumentos principales de la historia del siglo XI de la España cristiana, que hasta entonces había estado fascinada por su pasado visigodo y el esplendor de al-Andalus y apenas había tenido contactos con el resto de la Cristiandad ( salvo los condados catalanes ). Entre otros autores, A. Ubieto, gran conocedor de la documentación de la época, ha considerado a Sancho III como el iniciador de este proceso (74).
Sancho III inició unas relaciones importantes con la Iglesia europea, incluida la de Cataluña, con la que mantuvo contacto a través del famoso abad Oliba. Destacan las relaciones con Odilón, célebre abad de Cluny (monasterio que encabezaba el proceso de reforma de la Iglesia entonces), hasta el punto de que «Sancho fue el que inició la protección económica de la Abadía de Cluny, que habían de continuar sus descendientes» (75). Su hijo García se encontraba en Roma cuando murió Sancho III, señal de que se mantenían relaciones con el Papado, que atravesaba entonces una de las peores épocas de su historia. A partir de 1025 el rey navarro introdujo en el Reino de Pamplona la regla benedictina, imperante en la Europa carolingia, que conoció al ocupar Ribagorza. También habría fomentado las peregrinaciones a Santiago de Compostela, que constituyó uno de los elementos fundamentales del proceso de europeización, pues la Historía Silense señala que «puso en mejor circulación el camino de Santiago, puesto que [ antes ] los peregrinos tenían que rodear por Álava por miedo a los árabes».
Hemos visto cómo Sancho III fue el primer monarca hispano en viajar al extranjero y entrevistarse con un rey foráneo; también mantuvo importantes relaciones con señores norpirenaicos. Se le ha atribuido la introducción en España de la fórmula de «rey por la gracia de Dios», consecuencia de la teoría paulina del origen divino del poder ( anticipada ya en la Biblia) (76) y llamada a tener una gran trascendencia. Desde luego, fue empleada por Sancho III, pero lo que no es cierto, pese a que se sigue repitiendo de vez en cuando, es que introdujera los usos feudales en España y una concepción patrimonial del Estado -que no tenía- en Castilla.
Ciertamente Sancho III fue un monarca europeo, pero, dado lo poco que sabemos con seguridad, resulta arriesgado considerarlo un rey europeizador o el iniciador de un proceso que sólo se puede acreditar bien en la segunda mitad del siglo XI. Que, sin embargo, sea un tópico atribuirle tal mérito es posiblemente consecuencia de un error de perspectiva propiciado por el recuerdo de un gran reinado, que no había dejado fuentes cronísticas: « Todos los reinos mirarán como una época gloriosa y añorada la de los breves años en que Sancho alcanzó la supremacía política de la España cristiana. Si antes los cristianos pagaban tributo al Islam, sus hijos serán los que perciban parias de los reinos de taifas, y este cambio de coyuntura lo atribuirán -como una falsa perspectiva- a la política de Sancho el Mayor. Cuando a fines del siglo XI se introduce en todos los reinos de la Península el rito romano, y los monasterios empiezan a sujetarse a la autoridad de Cluny, se recordará que ya Sancho el Mayor había dado los primeros pasos en ese sentido, y aun se le atribuirán empresas que tan sólo apuntó, pero que no completó. Cuando en el último tercio del siglo XI se intensifique la llegada de peregrinos a Santiago de todas las fronteras de la Cristiandad, los reyes de España, sus nietos, recordarán que fue su abuelo el primero que rectificó la ruta de Santiago enviándola por lugares más accesibles en vez de seguir el viejo trazado por sendas norteñas timore barbarorum, por temor a los bárbaros» (77). Se puede, por tanto, optar por un término medio y considerar que el reinado de Sancho III -en el que se aprecian ya los síntomas de la expansión económica, política y cultural de la Plena Edad Media- constituye un importante precedente del proceso de europeización que culminaron sus descendientes.
Un rey pamplonés e hispano
Muchos son los problemas que presenta el reinado de Sancho III, tales Como el carácter de sus intervenciones en los territorios cristianos vecinos o el reparto de sus dominios entre sus cuatro hijos realizado antes de su muerte. Pero es claro que no existe el menor indicio para considerarle un monarca vasco en el sentido que se pretende reivindicar ahora. Y no es un problema de escasez de fuentes, pues sí que existen suficientes datos para considerarle un rey pamplonés, hispano e incluso, tal como acabamos de ver, europeo.
En las fuentes musulmanas Sancho III aparece como «señor de los vascos» (Baskunísh). Pero esta excepción no resulta significativa, pues los autores árabes siguieron empleando por inercia el vocabulario de los geógrafos romanos (78). Más significativo es el hecho de que en las crónicas francas contemporáneas de Ademar de Chabannes y Raúl Glaber -hispanas desgraciadamente no las hay- Sancho III sea calificado como rey de Navarra, lo que significa la primera aparición de este corónimo, y los wascones sean los habitantes del Sudoeste francés, es decir, Gascuña. Es muy probable, además, que a principios del siglo XI el etnónimo de «vasco» hubiera desaparecido ya en Navarra y que, por tanto, fuera imposible que Sancho III pudiera tenerse como tal. Lo que es seguro es que ese gentilicio no se registra en las fuentes del Reino de Pamplona. y que poco después de la muerte de Sancho III tenemos la certeza de que el citado etnónimo fue completamente olvidado ( aunque la palabra se conservará para designar al euskera y sus hablantes ). A principios del siglo XII Aymeric Picaud, en su famosa guía del Camino de Santiago, distingue claramente entre vascos (y no vascones ), al Norte de los Pirineos, y navarros, al Sur, incluyendo los habitantes de las Vascongadas. El mismo dominio norpirenaico del reino navarro, que se formó a partir de 1189, sería conocido en Navarra como «Tierra de vascos», pues el término «Baja Navarra» es una palabra moderna que en ningún caso implica una identidad anterior (79). En definitiva, el olvido fue de tal envergadura que en las crónicas de los siglos XII y XIII los navarros fueron confundidos con los cántabros, tal como puede verse en las obras de la Historia Silense, Lucas de Tuy y el navarro Ximénez de Rada, que son las primeras historias que narran los orígenes del Reino de Pamplona, tras los tres breves párrafos de Additio de regibus pampilonensium del siglo X (80).
Por otra parte, es evidente que Sancho III no desarrolló política alguna que pudiera ser calificada de vasca. No hubo intento alguno para recuperar el territorio de los antiguos vascones que poseían los musulmanes, fuera de la ocupación de algunas fortalezas fronterizas, como sucedió en Aragón. Su política expansiva estuvo determinada por sus vinculaciones familiares y los derechos y obligaciones que conllevaban. Y es en este contexto en el que hay que situar sus pretensiones fallidas a la herencia del ducado de Gascuña en 1032.
Aunque no sabemos dónde nació Sancho III, no cabe la menor duda de que fue un rey pamplonés, pues éste era el gentilicio usado en lo que podríamos llamar denominación oficial del reino navarro. Ahora bien, conviene señalar que esa palabra tenía distintos significados. Uno era el de gentilicio tanto para los habitantes de Pamplona como para los de la Navarra cristiana e, incluso, todo el reino. Pero también parece que fue empleado con un sentido social para identificar a la nobleza del reino. Según Ángel M. Duque, y su propuesta es muy convincente, el término «pamploneses» con ese significado estaría contrapuesto al de navarros, utilizado al principio para designar a la población campesina (81). Por ello, la adopción a partir de 1162 del título de Reino de Navarra, denominación ya utilizada en Francia en el siglo XI, tiene un gran significado (82).
En su voluminosa y documentada historia de El concepto de España en la Edad Media, José Antonio Maravall dio mucha importancia al reinado de Sancho III. Habría sido «el primer actualizador conocido, entre los reyes, de la idea política de España, y, además Sancho el Mayor -ya que el lejano e inseguro antecedente de Alfonso III quedó sin continuidad- es el que inaugura en nuestra historia el título de rey de España, que; sus sucesores repetirán hasta hacerlo habitual durante dos siglos» (83). Sin embargo, las bases que permitieron estas afirmaciones no son sólidas. La moneda najerense con la leyenda imperator atribuida a Sancho III, que le convertiría en el primer rey hispano en acuñar moneda tras los visigodos, se considera actualmente posterior (84). Tampoco tienen valor probatorio las informaciones de crónicas tardías que presentan al rey navarro como emperador, pues probablemente se trata de una interpretación del gran poderío que alcanzó.
Pero una cosa es que Sancho III no utilizara el título de emperador y que no tuviera una concepción de Hispania como regnum, y otra que no sea un rey hispano (85). Entre los pocos textos contemporáneos -y pertinentes- que tenemos, encontramos varios en los que se reconoce esa condición. Así, el abad y obispo de Ripoll Oliba, la figura más importante de la Iglesia hispana de la época, le llamó rex íberícus en la carta que le escribió en 1030 ó 1031. En 1045 el también catalán Bernardo, al que Sancho III había convertido en obispo de Palencia, escribe, al narrar la historia de la sede palentina, que el monarca navarro «mereció justamente ser llamado rey de los reyes españoles» (86). Por el mismo tiempo, al otro lado de los Pirineos, Raúl Glaber califica a Sancho III como rex Navarrae Híspaníarum.
Sin embargo, más importantes que estas citas son los argumentos que avalan el carácter hispano de Sancho III. Como ya han sido razonados, basta con enunciarlos: los orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona, que fueron compatibles con sus orígenes vascones; su propia familia, tanto por sus ascendientes como por las vinculaciones que entabló; la política desarrollada, que por primera vez incluyó a todos los estados hispanocristianos, desde Galicia a Cataluña; los colaboradores que encontró en todas las regiones de la España cristiana, entre los que cabe destacar -por su novedad-los catalanes, como el abad Oliba, el obispo Poncio de Oviedo, y Bernardo, al que convirtió en el primer obispo de la restaurada sede de Palencia; los territorios que llegó a dominar, desde Astorga hasta Ribagorza, como señalan algunos documentos. Además, ¿cómo no iba a considerarse y ser considerado hispano en el siglo XI un cristiano de la península Ibérica? (87).
Y así se ha interpretado la figura de Sancho III en la historiografia navarra, tanto en la Edad Media y Moderna (Ximénez de Rada, El Príncipe de Viana, José de Moret) como en los tiempos actuales (J.. M. Lacarra, A. J. Martín Duque ). A partir del siglo XX -y no antes- se han formulado interpretaciones muy distintas, pero esos escritos no forman parte de la historiografía, sino de una literatura que trata de justificar un proyecto de futuro con un pasado que no sólo no fue, sino que resulta anacrónico (88).
NOTAS
(1) Las primeras crónicas que relatan su reinado fueron compuestas en el ámbito castellanoleonés, donde la intervención de Sancho III fue interpretada como una injerencia hostil. Que pervive en parte de la historiografía actual. Esta interpretación fue seguida por J. Pérez de Urbel en la primera biografía de Sancho III. Que constituye todavía -pese a sus deficiencias- el único libro de investigación que se ha dedicado a este personaje (Sancho «el Mayor» de Navarra. Diputación Foral de Navarra. Madrid. 1950. 491 pp.) La imagen contraria de un Sancho III interviniendo en los territorios vecinos para proteger a sus parientes fue defendida por J. M. Lacarra y también tiene su eco en los historiadores actuales. El segundo y último libro de Historia dedicado a Sancho III. aunque con un carácter de síntesis, ha sido realizado por E. Sarasa y C. Orcástegui y tiene dos versiones, una para la editorial Mintzoa y otra para La Dlmeda
(2) Ángel J. Martín Duque. «El Reino de Pamplona». en el volumen VII-II de la Historia de España fundada por R. Menéndez Pidal. Espasa-Calpe. Madrid. 1999. pág.124.
(3) Por ejemplo. M. de Ugalde. Síntesis de la Historia del País Vasco. Ediciones Vascas, Barcelona. 43 ed.. 1977. pág. 77; J. L Davant Historia del Pueblo Vasco, Elkar. Zarauz. 1980. pág 44.
(4) Lo he demostrado ampliamente en Domuit Vascones. El País Vasco durante la época de los reinos germánicos la era de la independencia (siglos V-VIII), Librería Anticuaria Astarloa. Bilbao, 2001. 605 pp.
(5) He realizado una cr~ica más extensa de semejante opinión en «Drígenes hispano- godos del Reino de Pamplona».letras de Oeusto. no 89, 2DDO. pp. 11-15.
(6) He justificado el juicio en Orígenes pp. 15-19. Hay que señalar que de las interpretaciones que estoy criticando ésta es la única que puede sostenerse en un indicio documental. pero se trata de un pasaje discutible de Ximénez de Rada. escrito casi medio milenio después
(7) Por ejemplo I. Urzainqui y J. M. Olaizola,la Navarra marítima, Pamiela. Pamplona. 1998. pág 35; M. Sorauren. Historia de Navarra. El Estado Vasco. Pamiela. Pamplona 1999. pp 87-88 Estos dos libros de reciente publicación muestran que la denominada historiografía nacionalista vasca sigue alejada de las formas de proceder propias de la Historia.
(8) La historia de Navarra en los tres últimos siglos del primer milenio es tan oscura que no sólo no se puede determinar el año del nacimiento del Reino de Pamplona. sino el siglo en que apareció. Antaño se sostuvo que fue en el siglo VIII con García Ximénez. error que aún pervive en algunas obras indocumentadas (v. infran 31). En el siglo XX lo más habitual ha sido considerar, como defendió J. M. Lacarra, a lñigo Arista el primer rey y fijar en e1 824, tras la Segunda Batalla de Roncesvalles. la aparición de la monarquía. Finalmente otros historiadores han preferido esperar al reinado de Sancho Garcés I (905-925). considerado por los partidarios de la teoría anterior como un cambio de dinastía, para datar el nacimiento del reino, tesis desarrollada en la actualidad por A. J. Martín Duque y que me parece la mejor fundamentada.
(9) Como ha señalado R. Collins, siguiendo a C. Sánchez-Albomoz «dos vascos y los árabes durante los dos primeros siglos de la Reconquista». ahora en Vascos y navarros en su primera historia. Ediciones del Centro, Madrid, 1974. pp. 79-94). «los vascos de España no representaron nunca un serio problema para el nuevo orden [musulmán] de la península» (los vascos. Alianza. Madrid. 1989. pág. 410). ya que el expansionismo vascón de la época visigoda se trocó en simple resistencia y desaparecieron las invasiones (lo que resulta más notable si se compara esta actitud con la de los habitantes del primitivo Reino de Asturias). Es más el Reino de Pamplona se constituyó tras una larga etapa de aceptación de la soberanía árabe por la clase dirigente que controlaba la capital navarra (y también de un breve periodo de sumisión al Imperio Carolingio).
(10) Época pamplonesa 824-1234. vol de la Historia General de Euskalerria. Enciclopedia Ilustrada del País Vasco. Auñamendi, Estornés Lasa Hnos" San Sebastián.1987. tomo l pág 20.
(11) Hay que señalar la importante tendencia de la historiografía nacionalista vasca a presentar un pasado democrático del pueblo vasco, cuyo ejemplo más impresionante se halla en el libro que J. Lasa osó titular El pueblo vasco, democracia testigo de Europa (Zarauz. 1980. 220 pp), que comienza así «El Pueblo Vasco (primogénito de los pueblos de Occidente) fue demócrata sin saberlo» (pág. 23).
(12) Navarra en la Edad Media, Pamplona. 33 edª 1979, pp 11-12. Esta interpretación (que acredita que el autor no sólo desconoce la historia navarra, sino cualquier Historia, pues semejante proceso de autodeterminación democrática es inverosímil) es tributaria de las fabulaciones de Sabino Arana sobre la constitución natural de Vizcaya en «una confederación de repúblicas, libres e independientes en absoluto, a la vez que entre sí armónica y fraternalmente unidas y regidas por leyes nacidas en su mismo seno y fundadas en la reliqión y la moral. con una existencia perfectamente feliz» (Bilkaia por su independencia, Geu Argitaldaria. Bilbao. 3ª ed. 1980. pp. 18-19; esta obra, que ha servido para fechar el nacimiento del nacionalismo vasco en 1893. ha condicionado decisivamente la historioqrafía de sus seguidores no tanto por lo que dijo. sino por la metodoloqía -por llamarla de alguna manera- empleada)
Puestos a fantasear. cada uno es muy libre de imaginar lo que quiere: a J. L Davant no le parece suficiente afirmar «la estructura federal y parcialmente democrática del Reino de Navarra» (ya que, según él. «Ios asuntos locales y regionales son resueltos por las asambleas del valle o país y de la provincia y porque las diversas regiones son representadas por una especie de parlamento que está al lado del rey») y proclama que el Reino de Pamplona (nacido «como fruto de la resistencia contra los imperialistas del Norte y del Sur») presenta «los siqnos de un socialismo pastoral» (Historia del Pueblo Vasco. Elkar. Zarauz.1980. pp 48-49).
Refiriéndose a este tipo de historias Alfonso de Otazu ha podido escribir que «todo es tan democrático, todo tiene sus orígenes en unos impulsos tan atávicos, que todo da la sensación -aun para el profano con ciertas inquietudes- que estamos ante historias escritas para débiles mentales o cuanto menos para seres que han renunciado ya hace tiempo a la tarea de pensar de cuando en cuando» (El igualitarismo vasco, Txertoa. San Sebastián.1913. pp.11-12).
(13) Hace tiempo que R. Collins señaló que «es difícil determinar hasta qué punto era vasco el Reino de Pamplona (España en la Alta Edad Media. Crítica. Barcelona. 1986. páq.308) Años después escribía «¿Puede considerarse como un reino vasco la primera institución política generada por los vascos? la noción misma de reino es un anacronismo en el contexto de la sociedad vasca. No existe para denominarlo, ni para sus instituciones, un término vasco Todos son tomados en préstamo del latín. Ni los habitantes de Pamplona se hubieran calificado a sí mismos de vascos» (los vascos. pp.163-164)
(14) Esto es fundamental para comprender la complejidad que ha presentado y presenta Navarra. un territorio que muestra afinidades con todas las comunidades autónomas que le rodean. Este hecho ya fascinó a J. Caro Baroja: «la complejidad, la variedad del antiquo Reino de Navarra ha sido puesta de relieve varias veces, pero una cosa es reconocer la existencia de un hecho y otra explicárselo. Creo, sinceramente. que ninguno de los que sabemos algo acerca de Navarra y sus qentes estamos en situación de razonar sobre el asunto de modo convincente en absoluto» («E1 valle del Baztán», ahora en Sondeos históricos,. Txertoa, San Sebastián. 1918. Páq.129). En su voluminosa Etnografía histórica de Navarra(Aranzadi. Pamplona. 1911) insistía en la idea misma idea. «Para mí la existencia de Navarra es aún un problema científico y un enigma histórico» (páq 11) y daba la siquiente explicación «Porque no cabe duda de que hoy existe una provincia de Navarra. con unos naturales o vecinos que son los navarros, dentro de un Estado que es España. Pero antes y durante mucho, Navarra en sí fue un Estado, los navarros fueron considerados como un grupo muy cognoscible en el occidente de Europa y aquel Estado pequeño no tenía unidad de lengua, ni de lo que más vagamente se llama cultura, ni de raza, ni siquiera tenía unidad de paisaje [...] Pero Navarra está ahí, y para mí lo que le caracterizará es haber tenido una unidad histórica aunque limitada a ciertos hechos políticos y un largo devenir condicionado por situaciones, instituciones y leyes. Nada más, y nada menos» (pp.12-13) Para comprender este problema. además de los orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona. hay que tener presente el poblamiento heterogéneo de Navarra anterior al año 1000 antes de Cristo, el importante asentamiento de gentes indoeuropeas durante el primer milenio antes de nuestra era y la intensa romanización de buena parte de Navarra
(15) El cambio de titulación no parece que fuera un mero cambio terminológico. Sobre un posible siqnificado, v.Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza, «Del Reino de Pamplona al Reino de Navarra», Historia de España fundada por R. Menéndez Pidal. vol IX. Espasa-Calpe. Madrid. 1998. pp 628-630
(16) «Este poblado [la Pamplona prerromana] presenta una cultura material de tipo céltico que supone la presencia de pueblos indoeuropeos que se trasladan de un lado a otro del Pirineo con todos sus elementos materiales y por tanto todo su patrimonio cultural» (M. A. Mezquíriz de Catalán, Pompaelo II, Diputación Foral de Navarra, Pamplona. 1918. páq 29)
(17) V. mi estudio «Guipúzcoa durante la Alta Edad Media». Letras de Deusto. nº 92.2001. pp 9-38.
(18) V. mi estudio Orígenes hisponogodos del Reino de Asturias, Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 2000, 635 pp., revalidado, ami juicio, por la publicación de la reciente síntesis de J.L., Ruiz de la Peña, la monarquía asturiana, Nobel, Oviedo, 2001, 213 pp., que es la más importante obra de ese género de las que se han publicado.
(19) Sobre el ambiente exclusivamente rural en que se originó el Reino de Aragón, v J. M. Ramos Loscertales, El Reino de Aragón bajo la dinastía pamplonesa, Universidad de Salamanca, 1961, pp 22-29. El caso de los condados catalanes, que no llegaron a constituir un reino, no es homologable por la decisiva intervención carolinqia, que tuvo su apoyo en las ciudades.
(20) Para valorar mejor este dato hay que recordar que el Reino de Asturias llegó a ser denominado como el Asturorum Regnum por la progótica Crónica Albeldense.
(21) «No deja de llamar la atención el hecho de que sea justamente el área navarra -la cuna del vasconismo-la que al parecer madruga más a la hora de desembarazarse del viejo nombre» (K. Larrañaga, De «Wasco» a «Wasconia» y «Vascongadas», Langaiak, 9, 1985, páq 63) Hay que tener en cuenta que en los siglos VIII y IX se seguiría utililando el término «vascón» para designar a los habitantes de las Vascongadas (como probablemente sucedía desde el siqlo VI) en las fuentes asturianas. Está por hacerse la compleja historia de los nombres del País Vasco, que sequramente, en un territorio que ha carecido de corónimo hasta hace poco, será muy significativa (mientras tanto, v J.M.AzaoIa.«Los vascos ayer y hoy», tomo II de Vasconia y su destino, Revista de Occidente, Madrid, 1976, vol.I, pp. 15 y ss.; y la definición de «vasco» de la Real Academia de la Lenqua Española)
(22) C. Jusué, «Primitivas muestras monetales», en Signos de identidad histórica para Navarra, Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1996, vol.I, páq 142.
(23) Sobre estos obispos v J. Goñi, Historia de los obispos de Pamplona, Universidad de Navarra, Pamplona, 1979, I, pp 63-78 Por cierto, el diácono que Wiliesindo hizo acompañar a San Eulogio en su viaje por el Pirineo se llamaba Teodemundo La sucesión de dos obispos con nombre germánico en la sede de Pamplona en el primer milenio es excepcional. Gracias al obiturario episcopal del Códice de Roda se conoce
el nombre de ocho titulares de la sede pamplonesa en el siglo X y sólo dos (Galindo y Sisebuto) tienen nombre germánico. Este 25 por ciento es, probablemente, más siqnificativo que la impresión que producen los dos primeros nombres conocidos de obispos pamploneses tras la invasión musulmana, pues corresponde al porcentaje de la sede pamplonesa en la época visigoda
(24) Dos son los nombres germanos (Odoario y Dadilano), es decir, el 40 por ciento, y sólo uno propio del ámbito pirenaico occidental (Jimeno). Ese porcentaje del 40 por ciento es similar al de los nombres germanos de los obispos pamploneses en los siqlos IX y X.
(25) Galindo es el tercer nombre masculino más frecuente en las Genealogías de Roda de finales del siqlo X (lo lleva un 10 por ciento de los personajes) y Toda, el segundo entre los femeninos (12 por ciento), sólo superada por el de Sancha; también el nombre latino de Sancho -propio en esta época del ámbito pirenaico occidental- es el antropónimo que aparece más veces en la documentación antes del 1076. No es ocioso recordar -dado que comúnmente se tienen por vascos antropónimos inventados en su mayoría por Sabino Arana- los siete nombres masculinos que más aparecen en la documentación navarra de los siqlos centrales de la Edad Media (hasta el punto de suponer el 70 por ciento de los individuos citado): García, Sancho, Iñiqo, Fortún, Lope, Jimeno y Aznar, que han dado lugar a apellidos muy extendidos por toda España (J. A. García de Cortazar, «Antroponimia en Navarra y Rioja en los siqlos X al XII», en Antroponimia y sociedad. Sistemas de identificación hispano-cristianos en los siglos IX al XIII, Universidades de Santiaqo de Compostela y Valladolid, 1995, páq 292)
(26) La Navarre du IVe au XIe siécle. Peuplement et societè, De Boeck Université, París-Bruselas, 1998, páq 275.
(27)1bid. páq. 277
(28) V A. J. Martín Duque, «Señores y siervos en el Pirineo occidental hispano hasta el siqlo XI», en Señores, siervos, vasallos en la Alta Edad Media, XXVIII Semana de Estudios Medievales, Gobierno de Pamplona, 2002, pp. 363-412.
(29) C. Martínez Pasamar y C.Tabemero Sala. «En torno al castellano de Navarra y sus modismos», en Signos de identidad histórica para Navarra, Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1996, vol I pp.l03-l12.
(30) V. H. Viñes Rueda, «Español y vascuence en las Glosas Emilianenses», PrimerCongreso General de Navarra, Príncipe de Viana, anejo 8, 1988, vol III, pp 225-232. Ciertamente el monasterio se encuentra en La Rioja, pero entonces éste era un territorio que estaba conociendo una importante repoblación vasca, como lo prueban las mismas glosas. Por otra parte, hay que señalar que actualmente se defiende que las Glosas de Valpuesta (localidad hoy burgalesa, rodeada por casi todas partes de tierras alavesas) podrían ser anteriores a las de San Millán (N. Dulanto. Valpuesta. la cuna del castellano. Diputación Foral de Álava. 2000, 495 pp.) En todo caso -y esto es lo verdaderamente importante- hoy está claro que parte del actual País Vasco forma parte de la cuna del español o castellano y no sólo la Álava castellana u occidental. sino también las Encartaciones. como ha demostrado recientemente en una voluminosa tesis doctoral I. Echeverria lsusquiza: «las Encartaciones parecen corresponder, a la llegada de los romanos, a la parte ya indoeuropeizada de la Península, de modo que, lejos de ser éste un espacio castellallizado más o menos recientemente, su lengua romance habría surgido sin interrupción de la evolución linguística de ámbito ya indoeuropeo a la lleqada de los romanos» (Hábeas de toponimia carranzana. Materiales para el estudio del castellano de Vizcaya. Universidad del País Vasco. Bilbao. 1999. pp 16-17).
(31) ¿Cómo explicar estos fenómenos si no se parte de la complejidad inicial del Reino de Pamplona? Para J. L Davant, la justiticación es sencilla «El desafecto de los reyes por la cultura vasca; por ello, las elites se desvasquizarn} (op cit. pág. 50). Esta postura refleja una interpretación muy extendida en la historioqratía nacionalista vasca y es la de considerar a la monarquía -y en el caso de Vizcaya, al Señorío- como una institución extraña. Pero esta maniobra en el caso que nos ocupa -la figura de Sancho III- implica una contradicción, pues no se puede exaltar al mismo tiempo a los reyes y echarles la culpa. Sin embargo, J. L Davant -que considera a «Santxo Haundialnuestro Salomón» (páq 47)- no tiene empacho en escribir que «el periodo más fastuoso de nuestra historia es en el que todos los vascos están unidos alrededor de reyes vascos elegidos por ellos mismos, en un Estado indiscutiblemente soberano y cuya creación es anterior al de Francia y España: el Reino de Navarra García Xíménez es rey de Pamplona en el 717. Su dominio es muy pequeño y su descendencia poco conocida» Las manifiestas falsedades de este texto prueban cómo -y por qué- se puede escribir Historia en el País Vasco sin tener la menor idea del pasado.
(32) Este importante fenómeno cultural. que se produjo en el reino asturiano en el siqlo IX. ha sido malinterpretado por muchos autores, que lo han visto como un producto de la influencia de los mozárabes, que habría lleqado a transformar la naturaleza indígena del Reino de Asturias. Pero en realidad. el neogoticismo, latente ya en el siglo VIII, pudo desarrollarse y triunfar porque existía una importante base hispano- qoda en el Reino de Asturias, y no por el illnterés de unos presuntos monarcas indígenasas por reclamar la herencia del Reino Visigodo (estimo haberlo demostrado de una manera exhaustiva en Orígenes hispanogodos del Reino de Asturias) Por ello. la repetición del mismo fenómeno -con el lógico retraso (y diferencia) en&nnbsp; una monarquía más reciente (y modesta)- no puede verse como la manifestación de algo artificial. sino como el resultado esperable de unos orígenes hispanoqodos.
(33) «Del espejo ajeno a la memoria propia». en Signos de identidad histórica para Navarra. Caja de Ahorros de Navarra. Pamplona. 1996. vol I. pp 36-42; «E1 Reino de Pamplona». pp 63-74.
(34) «El Reino de Pamplona». páq 63
(35) Ibid. páq. 64
(36) A. Martín Duque y J. Carrasco Pérez. «Navarra. reino medieval de las Españas». en las Españas medievales. Universidad de Valladolid. 1999. pág. 68.
(37) M. C. Díaz y Díaz, libros y librerías en la Rioja altomedieval , Diputación de la Rioja. Logroño. 1979 páq 66. El folio se completa con la representación en la parte inferior de los autores del códice, Vigilano, en el centro, su socio Sarracino y el discípulo de aquél, García
(38) «El Reino de Pamplona». páq 65 «Se debe entender, pues, que las tradiciones y el proyecto vital de esta última monarquía [asturiana] habrían sido considerados como algo propio por parte de Sancho Garcés II y acaso ya sus dos antecesores, Sancho Garcés I y García Sánchez. y ello hasta el punto de que la noticia de los primeros atisbos concretos del reino pamplonés se plantea como mera adición(additio) de una de las citadas crónicas ovetenses» (Imagen histórica... páq 431).
(39) Esta idea aparece confirmada en el próloqo del Fuero General de Navarra, que relaciona en el siqlo XIII al reino pamplonés con la monarquía de Pelayo.
(40) Y más si se tiene en cuenta que el propio Vigilano debió de realizar otra copia del Códice Albeldense. según se deduce de un poema del siqlo XI (M. C. Díaz y Díaz, Libros..., pp. 70-71)
(41) Puede resultar muy significativo que los textos más antiguos de las crónicas asturianas provengan del Reino de Pamplona. Esta circunstancia llevó a A. Ubieto Arteta a defender la idea (muy equivocada) de que la Crónica de Alfonso /// fue redactada en el Reino de Pamplona para un monarca navarro (la redacción «rotense» de la «Crónica de Alfonso III». Hispania. LXXXV, 1962. pp. 3-22)
(42) «El Reino de Pamplona». páq 67. Sobre el Códice Rotense v. M.C.Díaz y Díaz, Libros..., pp. 32-42.
(43) De «Wasco» a «Wasconia» y «Vascongadas», pág. 63. Para valorar adecuadamente este argumento, hay que señalar que la Epistula Honorii es el único documento romano de este género conservado en todo el mundo y que, por tanto, su conservación en Pamplona durante tantos siglos y su copia en el Códice de Roda, dado el nulo interés práctico que tenía su reproducción (los errores que contiene el texto, que han provocado tantos problemas a los investigadores, prueban que ni siquiera el copista comprendía bien lo que transcribía), sólo pueden entenderse en la clave propuesta por K. Larrañaga. Además, hay que recordar que en el Laus de Pamplona los vascones aparecen como enemigos de la capital navarra.
(44) A. J. Martín Duque, «El Reino de Pamplona», pp 68-69
(45) «Navarra..», pág. 45 Todo el estudio de estos autores está dedicado a justificar este juicio la propia estructura social del Reino de Pamplona en la época de Sancho III no parece distinta de la del Occidente de la época.
(46) La Navarre.." pág. 16 Afirmación que demuestra sobradamente a lo largo del más de medio millar de páginas siguientes. Sería precisamente la feudalización del reino, que tuvo sus jalones decisivos en el asesinato de Sancho IV en 1076 y en la muerte sin descendencia de Alfonso I el Batallador en 1134 (lo que permitió a la nobleza navarra en medio siglo disponer dos veces del trono, fenómeno sin parangón en las monarquías occidentales, y entronizar dos reyes nuevos, hechura suya, particularmente en el caso de García Ramírez, miembro de la propia aristocracia y de familia de origen bastardo), la que posibilitaría introducir una estructura pactista, que limitaba los poderes de la realeza a favor de la nobleza, y que ha sido malinterpretada como el legado de una supuesta democracia que no pudo existir en Navarra (como en ninguna otra parte del mundo).
(47)1bid.. particularmente pp. 213-279 y 303-337. Por razones de espacio, no he podido justificar algunos juicios, por lo que me remito a las argumentaciones realizadas en Orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona.
(48) Este argumento debería de ser muy importante para los que siguen otorgando a la raza tanta importancia (v. la frase de A. de Ortueta reproducida en la nota 88). Sabido es que el nacionalismo creado por Sabino Arana se fundó exclusivamente en la raza, pues en su época no había otro elemento que pudiera justificar su nueva doctrina. Tras la Segunda Guerra Mundial este planteamiento, por razones obvias, fue abandonado y sustituido por un nacionalismo étnico en el que la lengua se convirtió en el elemento esencial. Pero A. Elorza ha demostrado por extenso que este cambio sólo es formal (Un pueblo escogido. Crítica, Madrid, 2001, 502 pp) y cualquiera puede comprobar, si lo desea, que el factor racial sigue siendo decisivo en amplios sectores del nacionalismo vasco.
(49) A. Cañada Juste. «Un posible interregno en la monarquía pamplonesa (1000- 1004)», Primer Congreso General de Navarra, Príncipe de Viana, anejo 8, 1988, vol III. pp 15-18.
(50) C. Orcástegui y E. Sarasa. Sancho Garcés III el Mayor (1004-1035), Rey de Navarra. Mintzoa, Pamplona, 1991. 2ª ed., pág 68.
(51) Sancho III ya había tenido un hijo, Ramiro (nombre germánico muy utilizado ya en la familia), con Sancha de Aibar. Probablemente esta unión es equiparable a un Friedelehe, matrimonio privado y provisional entre los germanos, que se ha pretendido traducir por «matrimonio de amor», que «sólo era posible en situaciones de fuerte desnivel social, cuando un poderoso tomaba a una mujer de familia más modesta con el consentimiento de sus familiares, contentos de una amistad, pero sin asumir todas las formalidades jurídicas y económicas previstas para el auténtico matrimonio [...] y que no sustraía a la mujer a la potestad paterna para transferirla a la del marido: en consecuencia, podía ser disuelta sin demasiadas formalidades cuando el interés familiar o, en el caso de un soberano, la razón de Estado lo requiriera» (A. Barbero. Carlomagno. Ariel, Barcelona, 2001, pág 128). Por eso resulta aún más significativa la boda concertada con la hija de su poderoso vecino, pues en esta época, para los reyes, el matrimonio era ante todo un medio para estrechar alianzas
El hecho de que Ramiro, pese a su origen, diera lugar a la primera dinastía real aragonesa explica la aparición de una leyenda que en los últimos siglos de la Edad Media se convirtió en el asunto que generalmente más espacio consumía en los relatos del reinado de Sancho III. Según esta leyenda, García el de Nájera. por despecho, y ayudado por sus hermanos Fernando y Gonzalo, habría acusado injustamente de infidelidad a su propia madre, que había sido hecha presa. En esas circunstancias Ramiro se habría ofrecido a salvar el honor de su madrastra (y de su padre) en un juicio de Dios, que milaqrosamente se evitó.
(52) J. Pérez de Urbel. Sancho el Mayor de Navarra. páq. 67. Opina este autor que la cercanía a su querido santuario de San Millán de la Coqolla y su mejor situación estratégica contribuyen a explicar este cambio.
(53) M. Watt. Historia de la España islámica, Alianza Editorial, Madrid, 2ª ed., 1974, páq. 96.
(54) No está de más aprovechar la ocasión para destacar la importancia de las mujeres navarras. Así, por ejemplo, Abderramán III tuvo una madre vascona y su padre también, de tal manera que tres de los cuatro abuelos del primer califa de Cordoba eran vascos, es decir, todo lo contrario de lo que sucede con Sancho III, lo que es una prueba más de la irrelevancia de la raza
(55) Pese a las guerras que emprendió, E. Sarasa y C. Orcástequi estiman que Sancho III «fue un rey poco dado a las armas» (Sancho Garcés III el Mayor, páq.19) También le han considerado el «primer monarca perceptor de parias de la Península» (páq 39).
(56) La insistencia por extender la dominación de Sancho III al País Vasco francés tiene que ver con la necesidad de presentar al País Vasco unido por una vez (al menos) en la Historia bajo un estado vasco (realmente esa unificación sólo se produjo con el Imperio Romano) De otra manera no se entiende semejante perseverancia (que, a veces, sólo se manifiesta en mapas que incluyen Gascuña en los dominios del rey navarro, con la indicación en la leyenda de territorios ambicionados, hecho que no se hace con las pretensiones de otros monarcas), cuando el asunto está suficientemente claro V. J. M.Lacarra. Historia política del Reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, Aranzadi, Pamplona, 1973, 1, pp. 199-203. Para la Baja Navarra, S. Herreros Lopetequi, las tierras navarras de Ultrapuertos (siglos XII-XVI), Gobierno de Navarra, Pamplona, 1998,358 pp.
(57) Deliberadamente he omitido la situación de este territorio, que corresponde a los valles centrales del Pirineo aragonés, y que en parte pudo haber tenido alguna vinculación al Reino de Pamplona desde el reinado de García Sánchez I (hacia el 931-937) o quizás del de Sancho Garcés I y es que de Sobrarbe no se sabe nada con certeza, pues «no nos ha llegado documentación de ninquna clase» de los siqlos IX y X (J. M.Lacarra, Aragón en el pasado, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, páq. 50), aunque sí leyendas posteriores que nos hablan incluso de un reino (cuando ni siquiera puede afirmarse que el condado que pudo formarse en la primera mitad del siqlo IX se perpetuara), Así, en la historiografía actual podemos encontrar afirmaciones tan diversas como las que siguen. «Sobrarbe constituye un islote musulmán durante una buena parte de los siqlos comprendidos entre el 714 y el año 1000» (E. Sarasa. Historia medieval de la España cristiana, Cátedra, Madrid, 1979, páq. 239). Sobrarbe fue un pequeño condado, que era «una isla rodeado de mar musulmán» (A. Durán, Aragón de condado a Reino, vol III de la Historia de Aragón, dir. por Antonio Beltrán. Guara ediciones, Zaraqoza, 1985, páq 34); «de lo que no hay ninguna duda es de que la dominación franca en la región fue muy intensa y dejó una impronta mucho más marcada que en Aragón» (J.Angel Sesma, «Araqón medieval», en Aragón en su historia, vol dir. por Angel Canellas López. Caja de Ahorros de la Inmaculada, Zaragoza, 1980, páq 111)
(58) J. Pérez de Urbel. Historia del Condado de Castilla, CSIC, Madrid, 1944, vol II, pp 920-921; J. M.Lacarra. Historia política...., II, páq. 204.
(59) EI asesinato, que dio lugar a cantares de gesta, fue protagonizado por miembros de la familia alavesa de los Vela, exiliados en león, que quardaban un qran rencor a la familia de Fernán González, a la que consideraban que les había despojado del condado de Álava.
(60) J. Pérez de Urbel. Historia del condado., II, pp 945 y ss.; J. M. Fernández del Pozo. Alfonso V (999-1028) Vermudo III (1028-1037) La 0lmeda, Burgos, 1999, pp. 240 y ss. En cambio, J. M.Lacarra consideró que el proyecto matrimonial fue impulsado por el propio Sancho III para mejorar la situación tanto de Castilla como de León (Historia política., 11, páq. 208).
(61) J. Pérez de Urbel apuntó la idea de que ésta fue una solución impuesta por los castellanos, que temían una integración en el Reino de Pamplona (op. cit.. II. páq. l007)
(62) El monarca navarro era el esposo de Muniadonna, padre del conde Fernando I y pariente y protector del rey Bermudo III Además, la madrastra de Bermudo III, que tutelaba su trono, era hermana de Sancho III, la hermana de aquél, la novia frustrada del infante García, casó con Fernando I, y probablemente el rey leonés se convirtió en yerno del monarca navarro, pues su esposa Jimena -según Jaime de Salazar Acha (que ha realizado el único estudio monográfico sobre la cuestión)- sería una hija desconocida del rey pamplonés («Una hija desconocida de Sancho el Mayor, reina de León», Príncipe de Viana, anejo 8, 1988, pp. 183-192; esta hipótesis, muy razonable, ha sido aceptada por A. Martín Duque, El Reino de Pamplona, pág.130).
(63) A los elementos que unían a la población de Álava con la del Reino de Pamplona hay que añadir los vínculos e intereses que seguramente creó la participación de sus habitantes en la repoblación de La Rioja conquistada por los navarros. A todo ello hay que sumar la política de atracción realizada por Sancho III sobre la nobleza local y los nombramientos de personas fieles.
(64) Hay que tener en cuenta que Vizcaya, que no aparece en la documentación entre el 930 aproximadamente (cuando la regía un conde leonés) y e1 1041, quedó rodeada por las posesiones de Sancho III el Mayor.
(65) Así lo han defendido, entre otros, J. Pérez de Urbe! (op. cit., pp 1.007-1.009) y G. Martínez Díaz (op. cit., pág 94)
(66) Ésta es la fecha que prefiere A. Sánchez Candeira, que consideró que entre 1029 y 1035 Fernando sólo fue conde nominal de Castilla (Castilla y León en el siqloXl, estudio del reinado de Fernando I, Real Academia de la Historia, Madrid, 1999, pág. 72). También ha pensado así F. Miranda García, «Del apogeo a la crisis», en Historia de Navarra, Diario de Navarra, Pamplona, 1993, vol I, pp. 84-85.
La cuestión es aún más complicada, pues Fernando I-como sus demás hermanos- pudo haber quedado bajo la dependencia de García el de Nájera, el primogénito y único miembro de la familia con el título de rey. Así lo consideró A. Ubieto Arteta. que ha sido el autor que más ha estudiado la controvertida cuestión de la herencia de Sancho el Mayor («Estudios en torno a la división del reino por Sancho el Mayor de Navarra», Príncipe de Viana, 21. núms 77-78, pp 38-39, donde aporta pruebas documentales).
(67) Tampoco J. M. Lacarra pudo escapar a la imprecisión con la que se ha abordado la cuestión de la integración de Álava en el Reino de Pamplona Tras comentar la remodelación de fronteras de1 1037, escribió lo siguiente. «Detrás [de las nuevas fronteras] quedan los territorios netamente vascos de Álava. Vizcaya y Durango, que antes habían fluctuado [?] en la esfera de los condes de Castilla, y también Guipúzcoa, cuyas primeras noticias seguras son de esa fecha y están en relación con el Reino de Pamplona y el Monasterio de San Juan de la Peña. Así pues, y por primera vez entran a formar parte de los dominios del rey de Pamplona todos los territorios cispirenaicos de habla vasca, mas una marca fronteriza, que era la que constituía el núcleo originario de Pamplona» (Historia polllica., 11, pág 236; interpretación que sigue J.l Fernádez Marco. De García «el de Nájera» a Alfonso «el Batallador», Mintzoa, Pamplona, 1987, pág 39). En todo caso, la idea de que ahora fue el momento en que se produjo la integración de las Vascongadas en el Reino de Pamplona la podemos encontrar claramente expresada en obras de síntesis, como la de E. Sarasa, que ha estudiado monográficamente a Sancho III (Historia medieval de la España cristiana, pág. 267)
(68) De hecho, la posterior integración de las tierras de Ultrapuertos en el Reino de Navarra es también una historia compleja que comenzó por vía de hecho.
(69) Eso sucedió también en los cambios de soberanía que conocieron las Vascongadas en los siglos XI y XII hasta quedar definitivamente integradas en el Reino de Castilla. Precisamente los derechos que pudieron alegar entonces las monarquías castellana y navarra derivan de la compleja situación del territorio en la época de Sancho III el Mayor.
(70) J. M. Lacarra. Historia política., pág 208.
(71) El dominio del territorio comprendido entre los ríos Cea y Pisuerga constituyó un largo contencioso entre castellanos y leoneses. Precisamente una de las medidas que permitieron a Sancho III asentar su autoridad en Castilla fue la campaña que emprendió para recuperar el control castellano de este territorio.
(72) Un documento aragonés de esas fechas le reconoce reinando desde los límites de Ribagorza hasta Astorga (J. M. Lacarra, Historia..., II, pág. 227.
(73) Es de reseñar que Fernando I acabó tanto con el uno como con el otro en sendas batallas Tamarón (1037) y Atapuerca (1054). Por su parte, Ramiro I se vio favorecido por la enigmática desaparición de Gonzalo (en la que pudo tener algo que ver).Y es que con la muerte de Sancho III comenzaron las guerras fraticidas, que continuarían con sus nietos.
(74) Introducción a la historia de España, Teide, Barcelona, 12 ed..1979, pp 145-147.
(75) J. M. Lacarra. op. cit., pág 220.
(76) «Es por mí que los reyes reinan y por lo que los legisladores ordenan lo que es justo; por mí por lo que los príncipes mandan y por lo que los poderosos hacen justicia» (libro de los Proverbios, 15-16) «Toda alma sea sumisa a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen han sido instituidas por Él. Así, cualquiera que resiste a una autoridad resiste al orden establecido por Dios» (Epístola a los Romanos, XIII, 1-2).
(77) J. M. Lacarra. op. cit., II, pág. 225.
(78) A este respecto recuérdese que, como hemos visto, en un poema árabe contemporáneo Sancho IIl aparecía como un sucesor de los soberanos romanos.
(79) Así, por ejemplo. en 1269, «Teobaldo II firmaba una donación a la Orden de Grandimont en Tudela apud Belin in Basconia,localidad del distrito de Burdeos» (V. Huici et alii Historia de Navarra. Txertoa, San Sebastián, 2ª ed.,1982, pág. 67).
(80) Esta confusión propició la teoría del vascocantabrismo, que sirvió, con otras historias del mismo tenor, para justificar los privilegios de los regímenes forales vascos hasta mediados del siglo XVIII, cuando el P. Flórez la refutó en su célebre obra la Cantabria, que inútilmente fue criticada por algunos autores vascos.
(81) «Imagen histórica medieval de Navarra», Príncipe de Viana. 217, 1999. pp. 407-409. En este sentido conviene recordar que la excepcional expresión utilizada por un clérigo pamplonés en 1167 de linqua navarrorum -que en ciertos ambientes trata de presentarse como sinónimo de euskera- equivale al sermo rusticus o fórmulas análogas empleadas muchas veces en la Cristianadad latina o al Basconea linqua y similares de otros documentos navarros. A partir del siglo XIII aparecen los términos basquenz(basconcius, en latín) y bascongado (basconciatus) para referirse al idioma vasco y sus hablantes (algo que también sucederá en las Vascongadas), mientras el adjetivo navarro (idioma de Navarra, ydiomate Navarre) se reserva para la lengua romance propia, convertida en la lengua oficial (como se ve en la redacción del Fuero General de Navarra), con la intención de distinguirla de las otras lenguas que se hablaban en un territorio que desde el 1235 tendrá reyes de origen francés euskera,latín. occitano y árabe (Ibid. pp. 447-454) Conviene señalar que esta situación no era nueva, pues en la historia de Navarra -que desde el Neolítico (por lo menos) tiene una población mediterránea (probablemente mayoritaria), a la que hay que añadir posteriormente la indoeuropea- no se puede testimoniar en ninguna época una situación de monolingüismo.
(82)Los gentilicios «pamploneses» y «navarros» aparecen por primera vez en las fuentes francas del siglo VIII, que parecen distinguirlos. También, como vimos, el corónimo «Navarra» apareció por primera vez en Francia en el siglo XI.
(83) El concepto de España en la Edad Media. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 3ª ed. 1981. pp 431 y 432.
(84) No obstante, se sigue admitiendo la posibilidad de que la moneda sea de Sancho III (C. Orcástegui y E. Sarasa. Sancho III el Mayor(1004-1035) La Olmeda, Burgos. 2000, pág 70l
(85) Según Sánchez Candeira, el propio Sancho III reconoció el título de emperador de Bermudo III, que era su yerno (El «reqnum-imperium» leonés hasta 1037, CSIC, Madrid,1951, 71 pp.).
(86) Teresa Abajo Martín. Documentación de la Catedral de Palencia. nº 4. «Que fue un gran rey, en todas sus cosas sagacísimo, de regia prosapia y criado en la región de Pamplona. que no se conoció varón mejor en la guerra, ni más clemente y constante, blando de condición, temeroso de conciencia en las cosas sagradas que por estas cosas mereció justamente ser llamado rex Hispanorum regum» (pág. 14).
(87) Si se tiene alguna duda, véanse las 517 páginas de El concepto de España en la Edad Media, de J. A. Maravall.
(88) Si el lector desea confrontar las afirmaciones que he realizado con la interpretación nacionalista de la figura de Sancho III le recomiendo la obra escrita por Anacleto de Ortueta, facultativo en Minas y destacado político del PNV, que participó en las negociaciones del pacto de Santoña, por lo que «fue molestado y detenido por los franquistas» (datos de la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco, de la Editorial Auñamendi, calificada por su actual directora como «una enciclopedia de tipo nacionalitario»).Y es que se trata de un extenso libro, iniciado en 1934, publicado en Buenos Aires en 1963 y recientemente reeditado Sancho el Mayor,Rey de los Vascos. Mintzoa, Pamplona, 2002, 380 pp. Su interpretación aparece sintetizada en este juicio: Sancho III es uno de los «hombres que la nacionalidad creó como fruto de selección, y han hecho honor a su raza» (pág. 6l y su objetivo aparece claro en este pasaje. «Pongamos nuestro afán allí donde está nuestra conveniencia. Continuemos siendo vascos. Dios ha creado nuestro pueblo, y de nosotros depende su perduración en la Tierra. y no olvidemos jamás que en Cristo se personifica la libertad del hombre Ahora [...] le pido a Dios que mi trabajo no resulte indigno ni del patriotismo ni de la ciencia» (pp. 8-9l Estimo que este reconocimiento justifica sobradamente la rotundidad de la frase que apostilla esta nota.

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